“El placer, tan cuestionado hoy como en la antigüedad”
Hay un manual para la vida feliz en las ideas de Epicuro, que han llegado milagrosamente hasta el siglo XXI, como hojas arrastradas por el viento, a lo largo de más de dos mil años, diseminadas en apuntes, cartas y una colección más o menos completa de Máximas Capitales.
La escuela epicúrea era un jardín que estaba en la periferia de Atenas y Epicuro era un outsider que enseñaba a sus discípulos que “el placer es principio y culminación de la vida feliz”.
Una doctrina fundamentada en el placer sería hoy un escándalo y también lo era en aquel mundo en el que Aristóteles opinaba que “ningún placer es un bien”, y Platón había dejado escrito que “el placer es el mayor incentivo para el mal”. Pero el placer como principio no autorizaba a los epicúreos a ir por la vida como un rollingstone.
“Vana es la palabra del filósofo que no remedia ningún sufrimiento del hombre”, escribió Epicuro asentando así la orientación práctica de su doctrina; la filosofía que no sirve para resolver los problemas que tiene todos los días la gente común, quedaba fuera del jardín.
La ruta hacia la vida feliz es la del placer, sostenía Epicuro y luego afinaba su idea de acuerdo con las directrices de su doctrina: “no elegimos todos los placeres, sino que hay ocasiones en que soslayamos muchos, cuando de ello se sigue para nosotros una molestia mayor”, decía el filósofo.
Los epicúreos comían con frugalidad y eran muy cautos en el territorio de la carnalidad; se trataba de identificar el placer con inteligencia y de gestionarlo con sabiduría, y para esto distinguían los deseos vanos de los necesarios. También argumentaba Epicuro en contra del temor, del miedo a dios, a la muerte o a la enfermedad que perturba el razonamiento, “quien a esto ponga brida puede procurarse la feliz sabiduría”, decía.
En lugar del rezo Epicuro prescribía
soportar”._ el Cuadrifármaco, una oración que deberíamos, de vez en cuando, murmurar: “dios no se ha de temer; la muerte es insensible; el bien es fácil de procurar; el mal, fácil de