Milenio

Las muertes de Marisela Escobedo y Ya no somos las mismas

- HÉCTOR ZAMARRÓN hector.zamarron@milenio.com Twitter: @hzamarron

Hay una conexión profunda entre el documental Las tres muertes de Marisela Escobedo que Netflix estrenó el fin de semana, y el libro Ya no somos las mismas y aquí sigue la guerra, editado por Daniela Rea y publicado por Grijalbo y Pie de Página.

La historia de Marisela Escobedo es la de una mujer que peleó hasta la muerte por lograr justicia tras el asesinato de su hija, Marisela Rubí, y que terminó engullida por la violencia de un narcoestad­o donde el aparato de justicia está capturado por la delincuenc­ia organizada.

El documental dirigido por Carlos Pérez Osorio y el trabajo de Karla Casillas y Laura Woldenberg, entre otras, retrata con calidez y empatía la epopeya que vivió Marisela y provoca al mismo tiempo conmoción y enojo.

Esa producción revela que la historia de Marisela, aparecida en los medios masivos de comunicaci­ón con detalle a lo largo de una década, aún no había sido contada en profundida­d. En una época en que la informació­n se ha vuelto instantáne­a, la narración a detalle, con el contexto necesario, es imprescind­ible. Las versiones periodísti­cas estaban incompleta­s sin este valioso y conmovedor testimonio que debe verse en todas las casas para que se entienda porque tanta indignació­n de las mujeres.

O como dice Karla Casillas: “A ver si así entienden por qué estamos enojadas. Queremos que la vida de

Marisela se convierta en una inspiració­n y símbolo de lucha, y que sirva para explicar —a quienes aún no han entendido— porqué las mujeres lo están rompiendo y quemando todo”.

El libro editado por Daniela Rea se ubica en el mismo periodo de tiempo, la década transcurri­da desde el inicio de la “guerra contra las drogas” de Calderón hasta mediados del sexenio de Peña Nieto. Tanto en el documental como en las páginas que escriben Daniela Pastrana, Lydiette Carrión, Marcela Turati, Paula Mónaco, Raquel Gutiérrez y Sara Uribe, entre otras, es constante la presencia de mujeres fuertes, que se sobreponen a la violencia. Un antídoto ante la deshumaniz­ación e insensibil­idad a la que nos vemos sometidos por su repetida exposición.

La cara opuesta son los excesos de gobernante­s frívolos, que no hicieron nada para impedir el asesinato de Marisela, como tampoco para frenar esa epidemia de feminicidi­os que cuesta la vida a diez mujeres cada día.

Son testimonio­s de la violencia “que atraviesa el cuerpo de las mujeres” y que se expresan en un vocabulari­o que no debimos aprender, como cita Daniela Rea: “levantar, encobijar, descuartiz­ar, decapitar, desollar, enterrar, calcinar, cocinar, desintegra­rse, desaparece­r”.

Ver y leer es obligado. Aún falta mucho por hacer, de entrada, una revolución judicial, pues cárceles, policías, jueces y fiscalías aún siguen como los lastres de una sociedad que no logra superar los problemas exhibidos en Presunto culpable hace una década.

Por eso cobran un nuevo significad­o los versos de Vivir Quintana con los que cierra el documental, en la voz de Mon Laferte: “Yo todo lo incendio/ yo todo lo rompo/ si tocan a una, respondemo­s todas/ Y retiemble en sus centros la tierra/ Al sororo rugir del amor”.

Es la historia de una mujer que peleó hasta la muerte por lograr justicia tras el asesinato de su hija

Para defenderme del terror, voy hacia el sonido. Ahora es la Sinfonía núm. 3 de Brahms, ayer fue Barra libre de Diana Syrse. Sonidos recientes (Laurie Anderson, Sofía Gubaidulin­a, Lázaro Cristóbal Comala o Basalto de Mercedes Nasta) y sonidos antiguos (Pérotin, Maddalena Casulana, Barbara Strozzi o Sonatas del Rosario de Heinrich Ignaz Franz Biber). Contra tanto miedo, opongo música; es la forma de mi resistenci­a. Durante estos últimos meses, trabajo desde una pregunta: ¿cómo resistes estos terribles días mexicanos?, y Ciudad de México se ha convertido en una crónica a muchas voces cuya estructura está más lejos del coro que de la fuga, porque no suenan simultánea­s, sino avanzan desde tiempos distintos, al servicio de propios ritmos, pero las guía un instinto melódico común: resistir.

Resistir a pesar de la brutalidad; a pesar del asesinato, resistir.

De las líneas precedente­s, extraigo palabras sueltas: terror(1), sonido(2), fuga(3), propio(4) y resistenci­a(5); luego ensayo en todas una primera variación neutra: miedo(6), música(7), movimiento(8), individual­idad(9) y oposición(10), y una segunda variación sombría: asfixia(11), ruido(12), huida(13), abandono(14) y marginació­n(15); después, una tercera variación optimista: esperanza(16), conversaci­ón(17), regreso(18), reunión(19) y equipo(20), y una cuarta variación alegre: logro(21), himno(22), reencuentr­o(23), fiesta(24) y victoria(25).

¿Cómo resistes estos terribles días mexicanos?, casi todas las respuestas que he recibido contemplan ideas o acciones relacionad­as con alguna o varias de estas 25 palabras, y las variacione­s propuestas han sido crónicas de largo aliento que me he planteado en donde las resistenci­as contra el horror de los habitantes de Ciudad de México estén articulada­s en torno a una misma atmósfera narrativa: neutra, sombría, optimista o alegre.

Una y otra vez he desistido, ¿qué necesidad tengo de distorsion­ar la naturaleza de una voz en resistenci­a a causa de un mero anhelo estético?, y termino por dedicar mis esfuerzos a la construcci­ón de breves crónicas sonoras donde lo único que hay es un sonido aislado y la individual­ización de su boca; es decir: acercamien­tos íntimos.

Entonces acontece un regreso a mis propias resistenci­as musicales, a esta forma de protección que consiste en mirar a los ojos el horror, leer cada día sobre mutilación y secuestro, y luego acudir a sonidos recientes (Ana Lara, Miles Davis, Mercedes Sosa u Old Ideas de Leonard Cohen) y sonidos antiguos (Isabella Leonarda, Willibald Gluck, Luigi Cherubini o El pequeño pájaro de Pauline ViardotGar­cía) que me permiten entregarme al sueño, por lo menos una noche más.

Entonces acontece un regreso a esta forma de protección que consiste en mirar a los ojos el horror

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