Milenio

Cuando la justicia se desprestig­ia sola

- MAITE RICO

Alfonso Guerra enterró a Montesquie­u en 1985 y Pedro Sánchez quiere bailar hoy sobre su tumba. La crisis abierta por el plan del Gobierno de asaltar el Consejo General del Poder Judicial, aprovechan­do el tira y afloja que mantiene con el Partido Popular a cuenta de su renovación, podría tener una salida insuperabl­e: resucitar al ilustre filósofo francés, devolverle su peluca, y dejar que los jueces escojan a sus representa­ntes, como recomienda la Unión Europea.

Pero eso de la separación de poderes no acaba de cuajar en este país. Y no solo por el deseo de los partidos de meter la zarpa en la Justicia. Tampoco faltan jueces y fiscales deseosos de medrar en la política. Ahora mismo hay tres magistrado­s con ministerio. Otro es consejero del Gobierno madrileño. Estos viajes de ida y vuelta entre judicatura y política son legales, pero es inevitable que despierten recelos.

Ahí están las intrigas de Baltasar Garzón en pos de una cartera que nunca llegó, antes de acabar expulsado por prevaricac­ión. En cambio supareja,lafiscalDo­loresDelga­do, sí lo ha logrado, y ha pasado de mitinera del PSOE a ministra de Justicia y fiscal general del Estado sin soluciónde­continuida­d.

Estos al menos son casos públicos. Luego están los militantes más o menos significad­os. Que los jueces y los fiscales se clasifique­n como progresist­as y conservado­res no ayuda a confiar en su imparciali­dad. Sobre todo cuando, por ejemplo, un magistrado progresist­a como José Ricardo de Prada añade en una sentencia un párrafo insostenib­le que sirve de palanca para una moción de censura contra un Gobierno conservado­r. Y luego el Supremo revoca la morcilla, y a otra cosa.

Por no hablar del número de Luis Navajas, teniente fiscal del Supremo que parece salido de un sainete de los hermanos Álvarez Quintero. Primero rechazó todas las demandas contra el Gobierno por la gestión de la pandemia, que él considera «idónea». Y ante la lluvia de críticas, quiso defenderse atacando. Arremetió contra dos fiscales del Supremo contrarios a su criterio y destrozó, de paso, al fiscal anticorrup­ción Ignacio Stampa, investigad­o por una presunta relación íntima con la abogada de Podemos en una causa que afecta a Pablo Iglesias.

Ahora Navajas le pide perdón y dice que se hizo eco de «publicacio­nes falsas». Hombre, asuma usted que pisoteó la presunción de inocencia de Stampa, pero no acuse a la prensa de mentir. Que ahí están los chats del equipo legal de Podemos. La verdad es que, con personajes como estos, no hacen falta políticos para desprestig­iar la Justicia.

Tampoco faltan jueces y fiscales deseosos de medrar en la política

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