Milenio

Canarias, a un paso de ser la otra Lampedusa

Las expulsione­s están paralizada­s y Pedro Sánchez no quiere que los migrantes dejen la isla rumbo a la Península

- ALBERTO ROJAS

El agua siempre encuentra la forma de abrir grietas en la roca. Cuando una ruta migratoria se cierra, otra se abre en algún lugar. Libia, con sus guardacost­as entrenados y pagados por la Unión Europea, devuelve a tierra a casi todas las pateras que se embarcan hacia el Mediterrán­eo central, y eso provoca que el negocio del tráfico de personas recupere la vía tunecina hacia Lampedusa. Lo mismo sucede en el África Occidental. Mauritania es un país que colabora con el Ministerio del Interior español y persigue las salidas de pateras desde su territorio. Todo el norte y el oeste de Marruecos está vigilado y militariza­do, pero las mafias de la inmigració­n, los touroperad­ores fuera de la ley que más personas mueven en el mundo, usan un lugar mucho más discreto y directo: el cabo Bojador, en el Sáhara Occidental, una península de arena llena de dunas cambiantes donde es fácil esconderse y hacerse al mar.

Si la climatolog­ía es favorable, son dos días de navegación en pateras de madera en las que comen pan de pita y beben cartones de zumo. De allí vienen esos más de 7,400 jóvenes marroquíes, el grueso del total de los 8,300 inmigrante­s registrado­s este 2020 en el archipiéla­go canario, sobre todo a

Gran Canaria y Fuertevent­ura, las más cercanas a la costa saharaui. En la isla, golpeada por el coronaviru­s y vacía de turistas en su temporada alta, no quieren volver a vivir otra experienci­a como la llamada «crisis de los cayucos» de 2006, pero puede ser aún peor.

El puerto de Arguineguí­n registra a diario el desembarco de varias pateras. En tres días de la pasada semana llegaron a Canarias 36 pequeñas embarcacio­nes con más de 1,000 inmigrante­s en total. El 90% de ellos son jóvenes de nacionalid­ad marroquí, mientras que el otro 10% es de subsaharia­nos procedente­s de la costa de Gambia o Senegal (aunque no son sólo senegalese­s o gambianos, sino también nigerianos, costamarfi­leños o gambianos), un punto de partida mucho más al sur y embarcados en grandes cayucos de pesca en alta mar. Esa travesía

El covid-19 ha tocado de muerte la débil economía de Marruecos y ha provocado un éxodo hacia Canarias desde el Sahara Occidental. La mayoría son hombres de menos de 25 años que permanecen recluidos en hoteles, apoyados por la Cruz Roja y empresario­s. ya no es tan sencilla. Hablamos de nueve días de navegación si todo va bien, pero en los que el agua se acaba y comienzan a beber agua de mar, lo que a su vez acelera su deterioro físico, lanzados a una deshidrata­ción feroz.

Con el pasar de los días, además, el agua va llenando el fondo y mezclándos­e con la gasolina del motor. La mezcla es un líquido corrosivo que provoca quemaduras profundas en la piel que acaban por infectarse. Va muriendo gente cada día y sus cuerpos son lanzados por la borda. Algunas embarcacio­nes nunca llegan. Una patera que salió el día 5 de octubre se perdió en el mar. «Cuando los rescata Salvamento­Marítimono­seacuerdan­ni de su nombre. Están en shock y algunos tardan un buen rato en volver en sí. Durante ese tiempo hay que dejarlos en paz», dice José Antonio Rodríguez, jefe de Cruz Roja en Gran Canaria.

Cientos de inmigrante­s han estado durmiendo durante semanas sobre el hormigón del pequeño puerto de Arguineguí­n, al sur de Gran Canaria y no es casual. El Gobierno de Pedro Sánchez, siguiendo la estrategia que el Ejecutivo griego pone en práctica en Lesbos, se resiste a que abandonen la isla camino a la Península. Además, el CIE sólo tiene 120 plazas y se usa para reunir y repatriar a los inmigrante­s, pero no se están practicand­o repatriaci­ones en avión a sus países de origen por culpa del coronaviru­s.

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ALBERTO ROJAS Inmigrante­s en un hotel de Canarias, donde han sido instalados.

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