Canarias, a un paso de ser la otra Lampedusa
Las expulsiones están paralizadas y Pedro Sánchez no quiere que los migrantes dejen la isla rumbo a la Península
El agua siempre encuentra la forma de abrir grietas en la roca. Cuando una ruta migratoria se cierra, otra se abre en algún lugar. Libia, con sus guardacostas entrenados y pagados por la Unión Europea, devuelve a tierra a casi todas las pateras que se embarcan hacia el Mediterráneo central, y eso provoca que el negocio del tráfico de personas recupere la vía tunecina hacia Lampedusa. Lo mismo sucede en el África Occidental. Mauritania es un país que colabora con el Ministerio del Interior español y persigue las salidas de pateras desde su territorio. Todo el norte y el oeste de Marruecos está vigilado y militarizado, pero las mafias de la inmigración, los touroperadores fuera de la ley que más personas mueven en el mundo, usan un lugar mucho más discreto y directo: el cabo Bojador, en el Sáhara Occidental, una península de arena llena de dunas cambiantes donde es fácil esconderse y hacerse al mar.
Si la climatología es favorable, son dos días de navegación en pateras de madera en las que comen pan de pita y beben cartones de zumo. De allí vienen esos más de 7,400 jóvenes marroquíes, el grueso del total de los 8,300 inmigrantes registrados este 2020 en el archipiélago canario, sobre todo a
Gran Canaria y Fuerteventura, las más cercanas a la costa saharaui. En la isla, golpeada por el coronavirus y vacía de turistas en su temporada alta, no quieren volver a vivir otra experiencia como la llamada «crisis de los cayucos» de 2006, pero puede ser aún peor.
El puerto de Arguineguín registra a diario el desembarco de varias pateras. En tres días de la pasada semana llegaron a Canarias 36 pequeñas embarcaciones con más de 1,000 inmigrantes en total. El 90% de ellos son jóvenes de nacionalidad marroquí, mientras que el otro 10% es de subsaharianos procedentes de la costa de Gambia o Senegal (aunque no son sólo senegaleses o gambianos, sino también nigerianos, costamarfileños o gambianos), un punto de partida mucho más al sur y embarcados en grandes cayucos de pesca en alta mar. Esa travesía
El covid-19 ha tocado de muerte la débil economía de Marruecos y ha provocado un éxodo hacia Canarias desde el Sahara Occidental. La mayoría son hombres de menos de 25 años que permanecen recluidos en hoteles, apoyados por la Cruz Roja y empresarios. ya no es tan sencilla. Hablamos de nueve días de navegación si todo va bien, pero en los que el agua se acaba y comienzan a beber agua de mar, lo que a su vez acelera su deterioro físico, lanzados a una deshidratación feroz.
Con el pasar de los días, además, el agua va llenando el fondo y mezclándose con la gasolina del motor. La mezcla es un líquido corrosivo que provoca quemaduras profundas en la piel que acaban por infectarse. Va muriendo gente cada día y sus cuerpos son lanzados por la borda. Algunas embarcaciones nunca llegan. Una patera que salió el día 5 de octubre se perdió en el mar. «Cuando los rescata SalvamentoMarítimonoseacuerdanni de su nombre. Están en shock y algunos tardan un buen rato en volver en sí. Durante ese tiempo hay que dejarlos en paz», dice José Antonio Rodríguez, jefe de Cruz Roja en Gran Canaria.
Cientos de inmigrantes han estado durmiendo durante semanas sobre el hormigón del pequeño puerto de Arguineguín, al sur de Gran Canaria y no es casual. El Gobierno de Pedro Sánchez, siguiendo la estrategia que el Ejecutivo griego pone en práctica en Lesbos, se resiste a que abandonen la isla camino a la Península. Además, el CIE sólo tiene 120 plazas y se usa para reunir y repatriar a los inmigrantes, pero no se están practicando repatriaciones en avión a sus países de origen por culpa del coronavirus.