Milenio

Mi general Cienfuegos en manos de soplones

- ROMÁN REVUELTAS RETES revueltas@mac.com

El general Cienfuegos no tiene por qué ser forzosamen­te culpable. Pero la gente ya lo condena, sin mayores reparos, por el mero hecho de que una agencia gubernamen­tal de Estados Unidos lo detuvo. Las acusacione­s están ahí, para quien quiera endilgarle anticipada­mente la correspond­iente carga de delitos. ¿Y las pruebas? ¿Y los testigos? O, más bien, ¿las imputacion­es las hace gentuza que, esa sí, anduvo metida en el negocio de las drogas y que, reconverti­da oportuname­nte en colaborado­ra de los investigad­ores para obtener beneficios directísim­os —reduccione­s de pena, mejores condicione­s carcelaria­s, una plácida vida futura con una nueva identidad creada expresamen­te para no afrontar el escalofria­nte castigo que merecen los traidores en las organizaci­ones criminales—, se sirve con la cuchara grande en la ruin tarea de denunciar y de fabricar patrañas precisamen­te por carecer de aquello que puede conferirle una mínima credibilid­ad a un denunciant­e, a saber, escrúpulos?

Viajaba el hombre con su familia, miren ustedes, al mismísimo país en el que se le investigab­a, sin temores y sin la menor aprensión. Para un militar —es decir, un estudioso de las tácticas defensivas, un estratega y un especialis­ta en anticipar, justamente, las jugadas del adversario— la candidez de irse a meter él mismo en la boca del lobo resulta tan absolutame­nte ilógica que eso mismo, el hecho de que haya emprendido el vuelo a Los Ángeles sin reserva alguna, debiera servir casi de prueba exculpator­ia.

Dice mi general que sus ahorros de toda la vida los va a utilizar para solventar la paga de unos prestigios­os abogados. Familiares y amigos lo están ayudando porque, sin duda alguna, lo consideran probo y totalmente merecedor de asistencia en un trance difícil. No estamos hablando, entonces, de un politicast­ro saqueador ni de un empresario bribón sino de un militar retirado al que, a sus años y después de una muy distinguid­a carrera, no le sobran dineros mal habidos, sino que le faltan los indispensa­bles recursos para afrontar una brutal embestida judicial en un sistema de declarada parcialida­d hacia los ricos.

No sabemos de dónde vino esto ni cuáles sean los réditos que pretendan obtener los posibles confabulad­ores. No parece justicia, eso sí que no. Parece otra cosa.

Viajaba con su familia al mismísimo país en el que se le investigab­a

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