Mi general Cienfuegos en manos de soplones
El general Cienfuegos no tiene por qué ser forzosamente culpable. Pero la gente ya lo condena, sin mayores reparos, por el mero hecho de que una agencia gubernamental de Estados Unidos lo detuvo. Las acusaciones están ahí, para quien quiera endilgarle anticipadamente la correspondiente carga de delitos. ¿Y las pruebas? ¿Y los testigos? O, más bien, ¿las imputaciones las hace gentuza que, esa sí, anduvo metida en el negocio de las drogas y que, reconvertida oportunamente en colaboradora de los investigadores para obtener beneficios directísimos —reducciones de pena, mejores condiciones carcelarias, una plácida vida futura con una nueva identidad creada expresamente para no afrontar el escalofriante castigo que merecen los traidores en las organizaciones criminales—, se sirve con la cuchara grande en la ruin tarea de denunciar y de fabricar patrañas precisamente por carecer de aquello que puede conferirle una mínima credibilidad a un denunciante, a saber, escrúpulos?
Viajaba el hombre con su familia, miren ustedes, al mismísimo país en el que se le investigaba, sin temores y sin la menor aprensión. Para un militar —es decir, un estudioso de las tácticas defensivas, un estratega y un especialista en anticipar, justamente, las jugadas del adversario— la candidez de irse a meter él mismo en la boca del lobo resulta tan absolutamente ilógica que eso mismo, el hecho de que haya emprendido el vuelo a Los Ángeles sin reserva alguna, debiera servir casi de prueba exculpatoria.
Dice mi general que sus ahorros de toda la vida los va a utilizar para solventar la paga de unos prestigiosos abogados. Familiares y amigos lo están ayudando porque, sin duda alguna, lo consideran probo y totalmente merecedor de asistencia en un trance difícil. No estamos hablando, entonces, de un politicastro saqueador ni de un empresario bribón sino de un militar retirado al que, a sus años y después de una muy distinguida carrera, no le sobran dineros mal habidos, sino que le faltan los indispensables recursos para afrontar una brutal embestida judicial en un sistema de declarada parcialidad hacia los ricos.
No sabemos de dónde vino esto ni cuáles sean los réditos que pretendan obtener los posibles confabuladores. No parece justicia, eso sí que no. Parece otra cosa.
Viajaba con su familia al mismísimo país en el que se le investigaba