Guillermo Soberón: “un gigante del pensamiento y de la acción”
Un ícono de la ciencia, la educación superior y la salud en México”, fue la caracterización que el rector Graue hizo de Guillermo Soberón, en el homenaje rendido por la UNAM el pasado lunes. Ahí, alumnos, colaboradores y exrectores hicieron un recuento de ese “gigante de la vida, del pensamiento y de la acción¨ (como le llamó José Narro), calificativos justos cuando se examina lo realizado por este rector que asumió el mando desde un estacionamiento de C. U. y que afrontó, desde ese momento, el problema de una institución envuelta en un insólito paro de labores. A partir de ahí trazó las líneas de una universidad innovadora en un camino de transformación que sus sucesores han continuado durante cuatro décadas.
Transformar a la UNAM significó llevar adelante varios de los proyectos de renovación iniciados por los rectores Barros Sierra y González Casanova; pero también, junto con su equipo de colaboradores, aquellos que concibió e impulsó en sus dos periodos rectorales. En ese homenaje, se resaltaron los aspectos más relevantes de todo ese tiempo: la consolidación de los CCH, la fundación de las escuelas nacionales de estudios profesionales (ENEPs, ahora facultades), el espacio cultural universitario, la ciudad de la investigación, (los institutos) y muchos más.
El propósito de estas líneas es recordar parte de la obra de ese Magnífico Rector en torno a la educación superior nacional. Una primera acción tiene que ver con el diseño y gran impulso ( junto con la Anuies) a la reforma del Artículo 3º de la Carta Magna. Ahí se consigna la autonomía universitaria como una garantía orgánica para las casas de estudio. Como lo expresó Diego Valadés, la reforma política de 1977 le dio un cauce a los partidos y grupos políticos, pero en las universidades se requería “institucionalizar la normalidad” en asuntos que eran materia frecuente de conflicto, como “el ejercicio libre y responsable de su vida académica”, así como la definición del régimen laboral aplicable (el sindicalismo).
Una segunda acción se relaciona con el principal problema de esos años: la demanda por estudios superiores, especialmente en el área metropolitana de la Ciudad de México. Soberón encabezó al grupo de Anuies que obtuvo, finalmente, el pleno respaldo del presidente de la República para la creación de la Universidad Autónoma Metropolitana y el Colegio de Bachilleres. Pero había que predicar con el ejemplo: así, congruentemente, se realizaron los
proyectos para la creación de las ENEPs, a partir de 1974, así como el incremento de matrículas en las escuelas y facultades ya existentes.
Por cierto, como lo referí a principios de año (Campus, 835, “UAM: la institución que por poco no nace'”, 30 de enero) la UAM debe su existencia, en amplia medida, a Guillermo Soberón y Víctor Bravo Ahuja, secretario de educación en aquél tiempo. Expresé arriba “finalmente”, ya que ambos hicieron cambiar de opinión al presidente Echeverría, quien antes que crear una universidad había preferido un vasto programa nacional de capacitación y adiestramiento de mano de obra. Soberón hizo la petición en nombre de las instituciones que pugnaban por esa línea, y Bravo Ahuja apoyó ofreciendo su renuncia al presidente si se persistía en aquella decisión inicial. La UAM se había salvado.
Esa preocupación por la educación superior nacional, da idea de la amplia visión con que se enfocaba el tema. Desde el inicio de su rectorado estableció el Programa de Intercambio Académico. Este, que funcionó con base en una dirección general, fue el apoyo básico para que las universidades públicas de los estados recibieran colaboraciones específicas provenientes de todas las áreas de desarrollo de la propia UNAM. Además, el avance en el bachillerato en esas universidades se nutrió de los cientos de cuadernillos publicados por la Anuies, pero redactados principalmente, por el profesorado de la UNAM.
En fin, no exento de problemas, Guillermo Soberón condujo con mano firme el timón de la nave universitaria. Pero, como lo dijo Juan Ramón de la Fuente: “ante los conflictos fue un hombre imperturbable... firme, pero no inflexible.” Su hija, la científica Gloria Soberón Chávez, citó las palabras que su padre solía repetir: “entré a la UNAM en 1941. . . para no salir más”. Sus cenizas reposan ya en terrenos universitarios.