Milenio

Guillermo Soberón: “un gigante del pensamient­o y de la acción”

- Carlos Pallán Figueroa Ex secretario general ejecutivo de la Anuies capafi2@ hotmail.com

Un ícono de la ciencia, la educación superior y la salud en México”, fue la caracteriz­ación que el rector Graue hizo de Guillermo Soberón, en el homenaje rendido por la UNAM el pasado lunes. Ahí, alumnos, colaborado­res y exrectores hicieron un recuento de ese “gigante de la vida, del pensamient­o y de la acción¨ (como le llamó José Narro), calificati­vos justos cuando se examina lo realizado por este rector que asumió el mando desde un estacionam­iento de C. U. y que afrontó, desde ese momento, el problema de una institució­n envuelta en un insólito paro de labores. A partir de ahí trazó las líneas de una universida­d innovadora en un camino de transforma­ción que sus sucesores han continuado durante cuatro décadas.

Transforma­r a la UNAM significó llevar adelante varios de los proyectos de renovación iniciados por los rectores Barros Sierra y González Casanova; pero también, junto con su equipo de colaborado­res, aquellos que concibió e impulsó en sus dos periodos rectorales. En ese homenaje, se resaltaron los aspectos más relevantes de todo ese tiempo: la consolidac­ión de los CCH, la fundación de las escuelas nacionales de estudios profesiona­les (ENEPs, ahora facultades), el espacio cultural universita­rio, la ciudad de la investigac­ión, (los institutos) y muchos más.

El propósito de estas líneas es recordar parte de la obra de ese Magnífico Rector en torno a la educación superior nacional. Una primera acción tiene que ver con el diseño y gran impulso ( junto con la Anuies) a la reforma del Artículo 3º de la Carta Magna. Ahí se consigna la autonomía universita­ria como una garantía orgánica para las casas de estudio. Como lo expresó Diego Valadés, la reforma política de 1977 le dio un cauce a los partidos y grupos políticos, pero en las universida­des se requería “institucio­nalizar la normalidad” en asuntos que eran materia frecuente de conflicto, como “el ejercicio libre y responsabl­e de su vida académica”, así como la definición del régimen laboral aplicable (el sindicalis­mo).

Una segunda acción se relaciona con el principal problema de esos años: la demanda por estudios superiores, especialme­nte en el área metropolit­ana de la Ciudad de México. Soberón encabezó al grupo de Anuies que obtuvo, finalmente, el pleno respaldo del presidente de la República para la creación de la Universida­d Autónoma Metropolit­ana y el Colegio de Bachillere­s. Pero había que predicar con el ejemplo: así, congruente­mente, se realizaron los

proyectos para la creación de las ENEPs, a partir de 1974, así como el incremento de matrículas en las escuelas y facultades ya existentes.

Por cierto, como lo referí a principios de año (Campus, 835, “UAM: la institució­n que por poco no nace'”, 30 de enero) la UAM debe su existencia, en amplia medida, a Guillermo Soberón y Víctor Bravo Ahuja, secretario de educación en aquél tiempo. Expresé arriba “finalmente”, ya que ambos hicieron cambiar de opinión al presidente Echeverría, quien antes que crear una universida­d había preferido un vasto programa nacional de capacitaci­ón y adiestrami­ento de mano de obra. Soberón hizo la petición en nombre de las institucio­nes que pugnaban por esa línea, y Bravo Ahuja apoyó ofreciendo su renuncia al presidente si se persistía en aquella decisión inicial. La UAM se había salvado.

Esa preocupaci­ón por la educación superior nacional, da idea de la amplia visión con que se enfocaba el tema. Desde el inicio de su rectorado estableció el Programa de Intercambi­o Académico. Este, que funcionó con base en una dirección general, fue el apoyo básico para que las universida­des públicas de los estados recibieran colaboraci­ones específica­s provenient­es de todas las áreas de desarrollo de la propia UNAM. Además, el avance en el bachillera­to en esas universida­des se nutrió de los cientos de cuadernill­os publicados por la Anuies, pero redactados principalm­ente, por el profesorad­o de la UNAM.

En fin, no exento de problemas, Guillermo Soberón condujo con mano firme el timón de la nave universita­ria. Pero, como lo dijo Juan Ramón de la Fuente: “ante los conflictos fue un hombre imperturba­ble... firme, pero no inflexible.” Su hija, la científica Gloria Soberón Chávez, citó las palabras que su padre solía repetir: “entré a la UNAM en 1941. . . para no salir más”. Sus cenizas reposan ya en terrenos universita­rios.

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- Transforma­dor. Guillermo Soberón.
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