Una pelota, un equipo y un jugador
Una pelota
El deporte es una enorme bolsa de pelotas milagrosas. Les sucedió a los Acereros de Bradshaw y Harris con la Inmaculada Recepción; a los 49ers de Montana con The Catch; al United de Sheringham y Solskjaer que arrebató al Bayern una Champions de último minuto con un rebote y un remate; a los Toros de Jordan con aquel lanzamiento vs Cavaliers que inmortalizaron como The Shot, y a los Dodgers de Los Ángeles con un home run del lesionado Kirk Gibson arrastrando su cuerpo por las bases. En la Serie Mundial de la pandemia, no perdamos de vista la pelota.
Un equipo
Sin desamarrarse las botas, el Bayern clausuró la Champions hace ocho semanas y la inauguró con otra goleada ocho semanas después. En el futuro cercano, no parece existir un rival europeo con posibilidades de provocar el mínimo daño a este equipo, cuyo motor y carrocería han vuelto a poner de moda la tecnología alemana. Su caso es distinto al de otros equipos dominantes: a este equipo no lo define un líder, una súper estrella o un entrenador que haya revolucionado las reglas del juego; el Bayern de nuestra época no es un equipo de autor, su apellido es Múnich, y con eso le alcanza para determinar su forma de juego y su denominación de origen: bávara.
Un jugador
El Bayern de nuestra época no es un equipo de autor, su apellido es Múnich, y con eso le alcanza
Calzarse los tacos, oler el pasto de un campo recién cortado, convivir con un grupo de amigos, patear un balón, correr bajo la lluvia y jugar todas las tardes al futbol, representa un momento de felicidad para millones de personas. Si además te pagan por ser feliz, eres un jugador profesional; pero si te pagan por ser el más feliz de todos, entonces te llamas Messi. El problema es que el mejor del mundo no es un hombre feliz jugando al futbol. El disgusto de Messi se nota en cada partido: no festeja los goles, no sonríe, no brilla, no expresa, no contagia. Dicen que el futbol es un estado de ánimo, echémosle un ojo a Messi porque es una lágrima.