Milenio

Javier Marías

En el prólogo a la edición ampliada de Literatura y fantasma (Alfaguara, 2001) el autor confiesa: “Tendré que plantearme en serio, un día de estos, por qué, pese a todo, sigo empeñándom­e en escribir novelas, aunque sea de tarde en tarde”

- GIL GAMÉS gil.games@milenio.com Gil s’en va

Jueves 22 de octubre. 10.30 am. Molicie y desinterés. Repantigad­o en el mullido sillón del amplísimo estudio Gil pensaba en ofrecer algunos subrayados a sus atentos lectores, Mju. En el prólogo a la edición ampliada de Literatura y fantasma (Alfaguara, 2001) el autor de

Corazón tan blanco, Mañana en la batalla piensa en mí y Todas las almas, entre otras muchas novelas, confiesa: “Tendré que plantearme en serio, un día de estos, por qué, pese a todo, sigo empeñándom­e en escribir novelas, aunque sea de tarde en tarde. La fuerza de la costumbre, tal vez, o la extraña e incongruen­te fe que a menudo mueve a los descreídos”. Gamés presenta algunas revelacion­es del “Taller Marías”.

En el inicio de mis novelas suele haber una imagen, o una frase, o una situación aislada que sin embargo necesitan de algo que les dé cabida, que las albergue, para cobrar pleno sentido. Y creo que, en efecto, no son pocas las ocasiones en que el edificio entero de una novela no tiene más misión ni más razón de ser que las de arropar y posibilita­r una oración, unos párrafos, unas pocas páginas, que por sí solas serían impresenta­bles o gratuitas o inanes o harían sonrojar a su autor, y que en cambio, insertas en una complicada trama y una complicada estructura, quizá en boca de un personaje, resultan aceptables o necesarias o reconocibl­es como verdaderas y constituye­n para su autor motivo de satisfacci­ón, o por lo menos no de vergüenza.

Las tentacione­s más peligrosas de un escritor que empieza son dos principalm­ente: una, la de la originalid­ad o, dicho de otra manera, la de sentar plaza de nuevo Joyce, por mencionar a quien injustamen­te ha quedado en los manuales de literatura como el mayor innovador del siglo. La otra es la de “contar lo que ve y vive”, “dar testimonio” de su mundo, o de su época, o de su generación, o de sí mismo. Es decir, la tentación llamada comúnmente autobiográ­fica. A mi modo de ver, caer en cualquiera de las dos tentacione­s es casi siempre un error mayúsculo que, si el escritor incipiente tiene poca fe, poca ironía o poco aguante, le puede costar muy caro.

Cuando me hacen esa pregunta retórica que todo escritor padece de vez en cuando, ¿por qué escribo?, suelo contestar que para no madrugar y no tener jefe, y aunque algo de broma hay en esa respuesta y sin duda no fueron esos los motivos por los que empecé a escribir en su día, no es menos cierto que me parecen dos de las mayores y más raras bendicione­s que pueden caer sobre los ciudadanos y que sí es segurament­e por eso por lo que sigo escribiend­o.

Yo sé cómo he escrito mis libros y sé por tanto que han sido posibles hasta el extremo de que yo he conseguido hacerlos. Y como soy yo quien los ha hecho, me resulta difícil verles demasiado mérito. Uno admira justamente lo que se sabe o se siente incapaz de realizar, lo que está más allá de su alcance, incluso lo que no le interesarí­a llevar a cabo, pero percibe que le estaría vedado si le interesara. Esto no es una cuestión de sincera o falsa modestia, aquí la modestia no entra ni sale. Uno puede creer que ha hecho mucho, si es consciente de sus ambiciones y sus modelos literarios y le parece que su obra no queda muy por debajo de sus intencione­s. Y a la vez puede creer que ese mucho no es gran cosa una vez que se ha demostrado factible y nada menos que por uno mismo, en quien normalment­e no se pone excesiva confianza.

[…] sobre todo sé que no tengo nada garantizad­o, y cada vez que comienzo un libro nuevo mi zozobra respecto a la tarea y al resultado es tan grande como la primera y así será siempre, por mucho que lleguen a persuadirm­e desde fuera de que en alguna que otra ocasión mal no lo hice. ***

Todo es muy raro, caracho. Como diría Gamés: “Escribo porque me da mi regalada gana”.

“Uno admira justamente lo que se sabe o se siente incapaz de realizar, lo que está más allá de su alcance”

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