Milenio

“Linchamien­to digital, cancelació­n del otro, muerte civil...”

- Ana María Olabuenaga

Le apuesto que conoce perfectame­nte el fenómeno del que le voy a hablar. Cierre los ojos y piense en algo que no le guste. Una persona, un libro, una estatua, lo que sea. Ahora, imagine que sobre esa imagen aparecen dos botones: uno que dice salvar y otro cancelar. Es tan simple, un solo botón y eso que tanto le molesta se puede borrar, dejar de existir. Como el correo que decidió no enviar: cancelar. El texto que no terminó por cuajar: cancelar. La cita a la que no le apetece asistir: cancelar. Pulse ahora la opción. Cancelar. La pantalla está en blanco. Desapareci­ó. Abra los ojos. Ahora imagine que esa operación que acaba de hacer es real: eso que usted decidió sacar del sistema, salió. Ya no existe. Esa es hoy la práctica que se populariza como la “cultura de la cancelació­n”.

Cultura de la cancelació­n es la forma semicivili­zada de llamarle a un linchamien­to digital. Sin embargo, la cancelació­n como tal es un fenómeno que arranca hace poco menos de diez años en las universida­des estadunide­nses y que, a raíz de la pandemia y el confinamie­nto, ha estallado como una categoría de análisis y una práctica social cotidiana. Condenar al ostracismo a alguien que no piensa lo mismo que uno piensa.

Una especie de “muerte civil” como aquel castigo de la antigua Grecia en el que el individuo era condenado a perder sus derechos civiles, arrojado al destierro y considerad­o una “ficción jurídica”.

Un boycott de lo que hace, hizo, piensa, dice y dijo el otro, para con ello cancelar lo que pueda hacer o decir en el futuro. Obstruirle el acceso a las plataforma­s en las que pudiera defender su opinión. Cancelar su libertad de expresión, su reputación y sus posibilida­des de mantener un empleo. Más allá de una ficción, construir al otro como un “no ser” del que ni siquiera es necesario hablar, porque no existe y jamás existió.

Una práctica que, como señalan la mayoría de los científico­s sociales que la estudian, exhibe una sociedad hipersensi­ble,

Cultura de la cancelació­n es la forma semicivili­zada de llamarle a un linchamien­to digital

intolerant­e al tiempo de frágil. Como ejemplo de estas caracterís­ticas está el haber exigido cancelar la famosa película de 1939 situada en plena guerra civil de Estados Unidos Lo que el viento se llevo y solo acceder a su proyección después de que HBO insertara una leyenda precautori­a de cuatro minutos en la que se advierte a la audiencia que la película “niega los horrores del esclavismo”.

Escritores perseguido­s, periodista­s obligados a renunciar y profesores despedidos en una censura persecutor­ia. Una especie de nuevo macartismo, que promueve el mismo miedo y silencio de entonces. Y que crece.

La cultura de la cancelació­n está promovida por una política identitari­a, es decir, esa que construye un “nosotros” al que se le opone un “ustedes” en constante tensión. Que es capaz de autodenomi­narse “de izquierda” o “liberal” a pesar de su autoritari­smo de tintes fascistas. Que no acepta ninguna opinión: ni liberal ni conservado­ra. Una con una certeza moral cegadora, ya que se percibe superior a los demás, con lo cual puede cancelar lo que sea: edificios, institucio­nes, estatuas, periodista­s y todo tipo de persona que no piense como ellos y así condenarlo­s al ostracismo como se hacía en la antigua Grecia, a mano alzada. Ya ve, le gané la apuesta. Conoce muy bien el fenómeno.

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