Milenio

La euritmia

- JORDI SOLER

Un inquietant­e punto de vista sobre el enamoramie­nto nos ofrece Plotino, filósofo griego autor de las Enéadas. Lo primero, dice, es aprender a ver, ampliar la mirada: “cerrando los ojos, cambiar esta manera de ver por otra y despertar esta facultad que todo el mundo posee pero que pocos utilizan”. Luego el filósofo redondea esta frase nebulosa: “prolongar la visión del ojo a través de una visión del espíritu”, porque de otra forma seremos incapaces de percibir la partícula que nos seduce de la otra persona, el añadido, esa electricid­ad irresistib­le que el filósofo llama “la gracia” (del otro que nos atrae sin remedio) o, para utilizar ese hermoso término que ha llegado hasta el siglo XXI arrastrand­o el limo de aquellos tiempos: la euritmia, el “movimiento beneficios­o”, el “serpenteo”, como llamaba Leonardo da Vinci a esa vibración apenas perceptibl­e de los cuerpos que se nos escapa si no aprendemos a ver.

Plotino identifica esta euritmia con el bien y nos habla de la atracción que ejerce, en quién empieza a enamorarse de un cuerpo, “el efluvio que emana del bien”. Me parece que este efluvio podría identifica­rse, en el territorio del paganismo por supuesto, con esos impercepti­bles filamentos que nos salen a todos del cuerpo, que le enseña a ver don Juan a Carlos Castaneda, uno de esos filamentos que el brujo lanzaba del otro lado de una barranca para brincar, sostenido por estos, el abismo. Uno de estos filamentos es el efluvio que emana, ya no con el propósito de brincar una barranca, sino para ensartarse en el cuerpo que nos empieza a enamorar, y en este punto, siempre y cuando estemos verdaderam­ente ante nuestro opuesto complement­ario, nos convertimo­s en uno con la otra persona, “como si hubiera hecho coincidir su centro con el centro ( .... ) dos centros que coinciden son uno. Sólo vuelven a ser dos cuando se separan”, y aquí es cuando el enamorado descubre que, dice Plotino, los otros cuerpos, el resto de las personas “sólo eran luminosas, no eran la luz”.

Plotino, autor de las Enéadas.

Un inquietant­e punto de vista sobre el enamoramie­nto nos ofrece Plotino

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