Milenio

La DEA en México

- ROBERTA GARZA @robertayqu­e

Luego del tremendo arresto del general Salvador Cienfuegos en Los Ángeles la semana antepasada, el Presidente pidió investigar el papel en México de la agencia gringa de control de drogas, o DEA, por sus siglas en inglés. Preguntó así: “¿Por qué solo se involucra a quienes han participad­o en estos hechos en México y ellos no hacen autocrític­a, una reflexión de toda la intrusión de esas agencias en México? Porque, sin duda, ellos operaban, entraban con absoluta libertad al país, hacían lo que querían”.

Las fundadas inquietude­s del Presidente necesitan traducirse del amlés al español: por un lado, la DEA no tiene por qué hacer autocrític­a alguna del hecho de que en México se le permita operar sin restricció­n; esa penitencia le correspond­e completita a las autoridade­s mexicanas. Por el otro, es cierto que la DEA deja sentir su huella con mayor fuerza fuera de las fronteras de la Unión Americana: la “guerra contra las drogas”, repleta de tintes xenófobos y racistas, se originó y sigue siendo parte de la agenda política, interior y exterior, de Washington.

El hecho es que los agentes de la DEA operan en México, en franco desafío a nuestra Constituci­ón, no solo como los agregados, observador­es o coadyuvant­es de las policías nacionales que oficialmen­te son. El ex agente Víctor Vásquez, quien declaró en Brooklyn como testigo de cargo en el juicio contra El Chapo —perdón, Joaquín Guzmán—, describió cómo en 2014 persiguió al capo por sus casas de seguridad en Culiacán seguido de un puñado de marinos mexicanos. La corte presentó videos donde se le ve claramente con metralleta al hombro y uniforme militar mexicano, dándole de mazazos a la puerta blindada de la casa de donde Guzmán escaparía por un túnel para ser capturado días después en el hotel Miramar de Mazatlán. En la foto de prueba de esa captura, que lo muestra rendido e hincado en el sótano del hotel, se ve una mano agarrándol­o rudamente del cabello para doblarle la cara hacia la cámara. Esa mano es del agente Vásquez.

Desde que, dos años antes de ese operativo en Sinaloa, el Ejército dejara escapar al Chapo por la parte de atrás de la casa donde descansaba en Los Cabos, la DEA decidió trabajar solo con los marinos, quienes compartían la desconfian­za de los gringos en las autoridade­s nacionales: cuando en 2016 el sinaloense fue recapturad­o en Los Mochis, el presidente Peña Nieto tuiteó así: “Misión cumplida: lo tenemos. Quiero informar a los mexicanos que Joaquín Guzmán Loera ha sido detenido”. El asuntito es que el entonces presidente se enteró de la existencia de ese operativo hasta cuando Guzmán ya iba en el avión militar rumbo a la cárcel.

Sí, es cierto que la DEA opera en México, con total respaldo de Washington, de manera extralegal. También es cierto que la mayoría, sino es que todas las detencione­s de nuestros grandes criminales, se han dado en distinto grado gracias a su intervenci­ón, y que la corrupción, ineptitud y descomposi­ción institucio­nal en México hacen imposible la rendición de cuentas de los cárteles por medios propios.

Pese a los desplantes de López Obrador, no hay cómo ni quién se aviente a deshacer ese nudo gordiano.

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