La DEA en México
Luego del tremendo arresto del general Salvador Cienfuegos en Los Ángeles la semana antepasada, el Presidente pidió investigar el papel en México de la agencia gringa de control de drogas, o DEA, por sus siglas en inglés. Preguntó así: “¿Por qué solo se involucra a quienes han participado en estos hechos en México y ellos no hacen autocrítica, una reflexión de toda la intrusión de esas agencias en México? Porque, sin duda, ellos operaban, entraban con absoluta libertad al país, hacían lo que querían”.
Las fundadas inquietudes del Presidente necesitan traducirse del amlés al español: por un lado, la DEA no tiene por qué hacer autocrítica alguna del hecho de que en México se le permita operar sin restricción; esa penitencia le corresponde completita a las autoridades mexicanas. Por el otro, es cierto que la DEA deja sentir su huella con mayor fuerza fuera de las fronteras de la Unión Americana: la “guerra contra las drogas”, repleta de tintes xenófobos y racistas, se originó y sigue siendo parte de la agenda política, interior y exterior, de Washington.
El hecho es que los agentes de la DEA operan en México, en franco desafío a nuestra Constitución, no solo como los agregados, observadores o coadyuvantes de las policías nacionales que oficialmente son. El ex agente Víctor Vásquez, quien declaró en Brooklyn como testigo de cargo en el juicio contra El Chapo —perdón, Joaquín Guzmán—, describió cómo en 2014 persiguió al capo por sus casas de seguridad en Culiacán seguido de un puñado de marinos mexicanos. La corte presentó videos donde se le ve claramente con metralleta al hombro y uniforme militar mexicano, dándole de mazazos a la puerta blindada de la casa de donde Guzmán escaparía por un túnel para ser capturado días después en el hotel Miramar de Mazatlán. En la foto de prueba de esa captura, que lo muestra rendido e hincado en el sótano del hotel, se ve una mano agarrándolo rudamente del cabello para doblarle la cara hacia la cámara. Esa mano es del agente Vásquez.
Desde que, dos años antes de ese operativo en Sinaloa, el Ejército dejara escapar al Chapo por la parte de atrás de la casa donde descansaba en Los Cabos, la DEA decidió trabajar solo con los marinos, quienes compartían la desconfianza de los gringos en las autoridades nacionales: cuando en 2016 el sinaloense fue recapturado en Los Mochis, el presidente Peña Nieto tuiteó así: “Misión cumplida: lo tenemos. Quiero informar a los mexicanos que Joaquín Guzmán Loera ha sido detenido”. El asuntito es que el entonces presidente se enteró de la existencia de ese operativo hasta cuando Guzmán ya iba en el avión militar rumbo a la cárcel.
Sí, es cierto que la DEA opera en México, con total respaldo de Washington, de manera extralegal. También es cierto que la mayoría, sino es que todas las detenciones de nuestros grandes criminales, se han dado en distinto grado gracias a su intervención, y que la corrupción, ineptitud y descomposición institucional en México hacen imposible la rendición de cuentas de los cárteles por medios propios.
Pese a los desplantes de López Obrador, no hay cómo ni quién se aviente a deshacer ese nudo gordiano.