Lo que dice el Papa
Así es la comunicación. Uno dice una cosa, de manera muy precisa, y algunos entienden otra; lo que quieren oír, lo que les gustaría que hubiera dicho, o lo que pueden entender a partir de las estructuras culturales y mentales con las que se cuentan. Al final, quien emite un mensaje es solo parcialmente responsable de lo que al final se comprende. Sucede también con lo que se quiere resaltar: uno insiste en un punto muy específico, que desea sea el de mayor relevancia y los medios, con derecho y razón, escogen lo que les parece más importante. Nos pasa a todos y le acaba de pasar al papa Francisco, una vez más. Al grado que uno comienza a pensar que quizá la ambigüedad es intencional. En efecto, el Obispo de Roma dio una entrevista para un documental sobre su pontificado, donde mencionó, una vez más, lo que desde hace mucho ha sido su postura sobre las uniones entre personas del mismo sexo. Dijo: “La gente homosexual tiene derecho a estar en una familia. Son hijos de Dios y tienen derecho a una familia. Nadie debería ser expulsado o sentirse miserable por ello. Lo que tenemos que crear es una ley de unión civil. De esa manera, están cubiertos legalmente. Yo defendí eso.” En suma, el Papa está de acuerdo en las uniones civiles de los homosexuales, pero se opone a que se les catalogue como matrimonio. Es una postura que desde hace ya más de una década la mayoría de los jerarcas católicos defienden, ante la imposibilidad de frenar este tipo de uniones, pero en un intento por detener el matrimonio entre personas del mismo sexo, hoy comúnmente llamado matrimonio igualitario.
No me quiero detener hoy en este importante derecho que nuestra Suprema Corte de Justicia de la Nación ya validó y que ha sido reconocido por una decena de estados de la República, requiriéndose en los otros algún tipo de acción judicial o administrativa para hacerlo efectivo. Mi punto aquí es otro: me refiero a cómo los mensajes del Papa se toman, se reinterpretan y se ajustan a los sentimientos y necesidades de muchos. Pasó de la misma manera con su famosa frase de “quién soy yo para juzgar” que, hecha de manera defensiva fue, lógicamente, retomada por muchos, como un cambio radical de postura por parte de la Santa Sede en la materia. El Papa, a sus 83 años de edad, lo sabe bien. No se ha salido ni ha querido, o no ha podido, modificar la línea doctrinal de la Iglesia, pero difícilmente ignora que sus palabras serán forzosamente reinterpretadas y recibidas de maneras muy diversas. En cualquier caso, no me parece la parte más avanzada e interesante de su pontificado. Pero puede ser que sea recordado por eso. Ahora bien, una paradoja es que el Papa acaba de publicar una interesante encíclica, en términos de su análisis sobre la situación mundial y la necesidad de construir lazos fraternos y solidarios entre toda la humanidad. Pero su publicación no ha tenido, ni por asomo, una repercusión similar. Otro ejemplo es el anuncio de que se extiende un acuerdo entre la Santa Sede y China para el nombramiento de obispos. Pero lo cierto es que así son los mensajes y las noticias. No dependen del mensaje y, en ocasiones, ni del mensajero.
Quien emite un mensaje es solo parcialmente responsable de lo que al final se comprende