Ganancias privadas, pérdidas públicas (II)
Hay que decirlo y repetirlo: al Estado no le toca hacer negocios. Bastante tiene con la tarea de administrar los dineros que les sonsaca, justamente, a los ciudadanos productivos, o sea, a los que… hacen negocios. Hay que seguir machacando igualmente con la perogrullada de que ese mentado Estado tampoco tiene recursos propios sino que los caudales que logra atesorar –digo, si es que no los despilfarra atolondrada e irresponsablemente— los obtuvo primeramente de esos mismos individuos emprendedores –dueños de tienditas, propietarios de comercios, inversores, accionistas de corporaciones, fabricantes de artículos de consumo, inventores de artilugios, proveedores de servicios, etcétera, etcétera— a los cuales doña Hacienda les exige perentoriamente el puntual pago de impuestos.
Dicho de otra manera, sin las ganancias derivadas de las actividades lucrativas no hay plata para que papá Gobierno realice obras públicas o que implemente programas de ayuda social. La mismísima paga de los funcionarios de la Administración sale de los bolsillos de los afanosos contribuyentes, aunque su ofensiva soberbia losllevemercadearsusservicioscomofavoresynocomouna contraprestación a la que están obligados.
La perniciosa ficción izquierdista, sin embargo, propone un Estado metido a empresario que, por querer inmiscuirse
La paga de los funcionarios de la administración sale de los bolsillos de los contribuyentes
en todo, va derribando progresivamente las estructuras productivas de una nación hasta, en efecto, monopolizar la actividad económica. El tema no es el bienestar del pueblo, miren ustedes, sino el ejercicio del poder. De eso va la cosa y justamente por eso a los regímenes socialistas les incomoda la mera existencia del libre mercado –un espacio, por definición, donde no pueden tener un control absoluto de lo que ocurre— y por eso mismo, también, repudian a los hombres de negocios y a todos aquellos que, movidos por un espíritu emprendedor, aspiran a vivir como individuos independientes, sin ataduras y sin el sometimiento al que obliga el asistencialismo estatista.
El fracaso del modelo socializante es evidentísimo: el Estado, al haber empobrecido a quienes generaban riqueza, es el primero en dejar de tener recursos pero, a la vez, no puede tampoco añadir valor a la economía. A ver si nos enteramos ya…