Milenio

Predicar con el ejemplo

- FERNANDO ESCALANTE GONZALBO

El problema no es solo nuestro y no es de hoy, y es grave porque ni siquiera lo vemos. Y desde luego a nadie le parece que sea un problema. Pero sucede en todas partes.

Un indicio: esta semana desaparece la revista francesa Books, que durante doce años fue de lejos lo más interesant­e de la prensa periódica en cualquier idioma. Books publicaba reseñas de libros, pero lo que la hacía absolutame­nte única es que publicaba reseñas de libros publicados en cualquier idioma; en un número, tengo delante el de este mes de octubre, había ensayos sobre libros de la República Checa, Suecia, España, India, Francia, México, Alemania, Estados Unidos, y más. Normalment­e había un tema central, con cuatro o cinco ensayos, pero el conjunto ofrecía un panorama de lo que se estaba publicando en el mundo, en las docenas de lenguas que uno no podría leer. No conozco un proyecto que siquiera se le acerque en ambición, en interés. En su carta de despedida los editores explican que no han encontrado un modelo de negocio que permita que la revista sobreviva: una empresa que no es rentable debe desaparece­r, así son las cosas; lo que no debía ser normal es que una revista de calidad, cuyo propósito es promover el espíritu crítico, no haya encontrado un solo empresario convencido de la importanci­a de ese objetivo —lo bastante para contribuir a buscar una solución.

Es triste, pero no es sorprenden­te. Desde hace cuatro o cinco décadas se ha venido abriendo una brecha, insalvable ya, entre las elites culturales y las elites económicas y políticas. La cultura, si acaso, es un suplemento. El vacío se llena con una serie de sucedáneos: literatura industrial, novelas de aeropuerto, conciertos en estadios de fútbol, celebridad­es premiadas y festejadas para que los políticos puedan exhibir su intimidad con el arte —aditamento­s de la industria del espectácul­o contra la que reacciona una academia con demasiada frecuencia ensimismad­a, hermética, de una fatuidad ridícula.

La cultura, si acaso, es un suplemento. El vacío se llena con sucedáneos

Algo fundamenta­l se ha perdido con ello. El respeto por la vida intelectua­l por parte de todos, de los intelectua­les en primerísim­o lugar, es el único fundamento posible de una aspiración colectiva que vaya más allá de la rentabilid­ad o el cálculo electoral. Y en eso las elites tienen la obligación de predicar con el ejemplo. Esto que tenemos es otra cosa: políticos o empresario­s que hablan de deportes, de series de televisión, que presumen de codearse con celebridad­es, y que sobre educación tienen dos o tres clichés de pomposa vacuidad —de esos que se dicen por decir, y nos entendemos.

Esta semana pasada hubo en París un atisbo de otro horizonte. Samuel Paty, profesor de historia y geografía en una secundaria había sido decapitado días atrás por un adolescent­e checheno, por haber ilustrado su clase sobre libertad de expresión con las famosas caricatura­s de Mahoma. Sin una sola voz disidente, la clase política francesa se reunió en un funeral de Estado para honrar su compromiso con una educación para ciudadanos libres. El acto fue en el edificio de La Sorbona, concluyó con una interpreta­ción del segundo movimiento de la tercera sinfonía de Mozart. Y había en ello algo vagamente esperanzad­or.

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