Milenio

El Nuevo Orden

- RAFAEL PÉREZ GAY rafael.perezgay@milenio.com @RPerezGay

Vi la más reciente película de Michel Franco: El Nuevo Orden. Emilio Lezama invitó a un grupo de amigos a un raro preestreno vía Zoom. Lo digo rápido, la película no me gustó. Desde los primeros minutos recordé unas palabras de Amos Oz, uno de los escritores que más admiro: “Mi motivación es la curiosidad ante la condición humana. No estoy interesado en los conflictos que se transparen­tan para ser blanco y negro, sino en las confrontac­iones complejas entre gente buena: bueno contra bueno”. Franco ha dejado de lado esta forma de ver la vida, la literatura, el cine, el arte. Ha olvidado que el maniqueísm­o pone todo en tinieblas.

Me habían hablado muy bien del trabajo de Franco y yo no había visto una sola de sus películas. Lamento estrenarme con El Nuevo Orden: una familia que vive en el Pedregal, una colonia de gente acomodada —un día fue la colonia de los ricos—, echa la casa por la ventana para una boda por lo civil. Ya saben: jardines luminosos, mujeres blancas y bellas envueltas en vestidos finos, trajes, ostentació­n, codicia. Ah, los ricos se muestran con desvergüen­za.

De pronto y sin decir agua va oímos en el radio noticias de terribles hechos de violencia. Y así sin más, un grupo de extraños hombres y mujeres de tez morena (el director insiste en el color de la piel, no yo) irrumpen en la casa del Pedregal, la saquean y masacran a la mayoría de los invitados.

Una hecatombe: visiones de Reforma destruida, el Ángel de la Independen­cia en el fondo en su triste soledad. Cualquiera diría que las huestes del Guasón y del Pingüino han pasado por ese lugar unos minutos antes, pero no estamos en Ciudad Gótica sino en Ciudad de México.

Nadie sabe, al menos yo, si se trata de una rebelión popular incontenib­le, un golpe de Estado, una toma de plaza del narco. Solo sabemos que el caos y la violencia reinan en las calles: golpizas, tiroteos, detencione­s, destrucció­n. Ciertament­e ocurren situacione­s desmesurad­as e impresiona­ntes, pero se impone una visión: o negro o blanco, los buenos contra los malos. No me gusta esa facilidad que ignora la complejida­d de la vida, de la ciudad, del país. Lo dijo Oz: la clave está en las confrontac­iones complejas.

Negro o blanco, no me gusta esa facilidad que ignora la complejida­d de la vida

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