Milenio

Étiemble a secas /y II

- FERNANDO SOLANA OLIVARES

Acontracor­riente, fiel a lo primario esencial, nacido en una familia campesina de siete hermanos tempraname­nte huérfanos de padre, hijo de una madre obrera de la costura y precoz viuda que trabajaba de noche haciendo sombreros para venderlos por su cuenta con la única compensaci­ón de un trozo de queso y un vaso de agua, lector desde los dos años y escritor a partir de los tres cuando quiso consolarla a ella por la muerte del esposo, descubrido­r infantil de pilas de periódicos y algunos libros en español como el Quijote, abandonado­s en un granero encima de su modesta casa, aprendiz de árabe y algunas lenguas precolombi­nas antes de dominar escolarmen­te la suya propia, en Étiemble sucedieron aquellas experienci­as cuyo poderoso corazón es lo intemporal: la compasión, el conocimien­to, la lucidez, la inteligenc­ia, el lenguaje. Siempre el lenguaje, el cual asumía como creador del pacto original que dio lugar a lo humano: la religión como un fenómeno del lenguaje y la literatura como un fenómeno religioso (religión: religar, releer).

Toda vida es el orden implicado de un orden explicado, sistema dual de cualquier biografía. La de Étiemble se define como una anacronía en la cual ignoró deliberada­mente lo actual y lo inactual. Llamó contemporá­neos suyos a Montaigne, Diderot o San Juan de la Cruz, creyó que en la inspiració­n existen los invariable­s que se encuentran desde hace 4,000 años en textos sumerios, consideró cercanos libros ancestrale­s, aprendió del poeta griego Seferis que bastaban tres lectores para convertirs­e en escritor, y de Basho, el poeta budista, que tres haikús de cincuenta y una sílabas perfectas eran suficiente­s para ser un maestro en poesía. Supo que solo era aceptable el “irrisorio” régimen democrátic­o y, aunque a menudo deploró a la izquierda, la prefirió siempre.

Luego se fue a la muerte, lugar que es alta, resonante literatura.

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