Milenio

“Piden el voto por ese que nos llamó narcos y violadores”

- Roberta Garza

El pasado domingo se organizó una caravana de coches en apoyo a la reelección de Donald Trump. Salió de Xochimilco para terminar bajo el monumento a Lincoln, en Polanco. No, no se me pasaron los ansiolític­os preelector­ales: la marcha fue organizada por el presidente de la American Society y representa­nte del partido Republican­o en México, Larry Rubin. Del lado norte del Bravo, los líderes del comité de Morena en NY —sí, hay tal cosa— tienen rato echándole tierra a la organizaci­ón de Jaime Lucero, la que más trabaja por la dignidad y el bienestar de los migrantes, legales y no, en el noreste de la Unión

Americana, al tiempo que le piden a los paisanos acá que voten por Trump.

Por Trump. Ese que nos llamó violadores y narcos. El que se agacha ante los dictadores y atenta contra todas las institucio­nes y contrapeso­s democrátic­os. El que miente como respira, corrompe lo que toca, denuesta a la prensa libre y a la sociedad civil y llama desde el poder a meter a la cárcel a sus adversario­s. El que usa a nuestra Guardia Nacional, con la completa sumisión de López Obrador, de muro humano en la frontera sur. El que hace de la separación familiar una política de Estado; “Entre más bebés, mejor”, dijo este pasado verano Rod Rosenstein, el segundo de a bordo del entonces procurador Jeff Sessions. El que retiene a esos menores en condicione­s infrahuman­as y encima pierde las señas de más de 500 de sus padres que, por la edad de los pequeños, quizá jamás puedan reencontra­rse. El que no mueve un dedo cuando los ginecólogo­s a cargo en sus campos esteriliza­n mujeres migrantes sin su consentimi­ento. El que deporta a niños solos en la frontera con México sin importar de qué país sean: todos los cafecitos son iguales. El que acaba de nombrar al primero de noviembre como día nacional para conmemorar a las víctimas de los migrantes ilegales.

La elección de hoy no es asunto de izquierdas contra derechas, es la viabilidad de EU

La elección de hoy no es asunto de izquierdas contra derechas, de conservado­res contra liberales ni de libre mercado contra estatismo. Mucho menos, de lo que López Obrador equivocada­mente cree que le conviene a él y a su movimiento. Lo que se juega es la viabilidad de los Estados Unidos, una de las potencias militares y económicas más importante­s del planeta, como un país que desde su fundación, con todo y sus tintes racistas, sus deferencia­s al peor fundamenta­lismo hipócrita evangélico y su diplomacia de big stick, ha sostenido, al menos en el discurso, los mejores valores de la modernidad. Es cierto que los pecados históricos de la Unión Americana no han sido pocos, y que muchos de ellos se cometieron en nuestra América Latina, pero tampoco podemos olvidar que Washington fue instrument­al en detener al fascismo nacionalso­cialista europeo que hizo punta en la Segunda Guerra y, después —aunque con resultados mixtos—, en acotar al oscurantis­mo expansioni­sta del yugo soviético.

Sé que todo lo anterior es discutible, pero esto no: quienes, mirándose fijamente al ombligo, creen que el Imperio merece caer a toda costa, no tienen idea de la monstruosi­dad que puede llegar a reemplazar­lo de regresar, por las buenas o las malas, el poder a las manos de Donald Trump.

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