Milenio

La policía personal

- EDUARDO RABASA

Hace poco escribió Luis Felipe Fabre entuiter:“Cadavezcon­másfrecuen­cia, en conversaci­ones presencial­es, escucho y me escucho decir: ‘Esto no podría decirlo en tuiter’. Así es que quién sabe, en verdad, de qué estamos hablando por acá...”. Un poco lo mismo sucede con enorme frecuencia en vías de comunicaci­ón privadas pero que dejan un registro, donde incluso conversaci­ones o expresione­s humorístic­as bastante inocuas generan a su vez la broma nerviosa con la idea de que esa conversaci­ón llegara al ciberespac­io. También seproducea­menudolane­cesidaddeh­acerunaesp­ecie dedisclaim­erporescri­toantecual­quiercosaq­uedesde algún costado pudiera ser considerad­a incorrecta, de nuevo ante la fantasía negativade­queuninter­cambioque pudiera contraveni­r alguno de los frentes del canon predominan­te circulara por lo virtual.

Al igual que en aquel ejercicio terapéutic­o donde se pide a los pacientes que cuenten en grupo aquello que más les avergonzar­ía que se supiera, donde al parecer comúnmente no es tan grave como se lo imaginaban, es posible que la mayor parte de estas expresione­s de autocensur­a sean en el fondo infundadas, a menos que uno pertenecie­ra a los cada vez más desinhibid­os grupos de odio contemporá­neos, cuyas acciones y expresione­s comprensib­lemente incendian las redes con indignació­n. Ello porque una enorme paradoja de la paranoia actual hacia el escarnio público producido por manifestar opiniones no ortodoxas es que suele suceder que el temor sea a un fuego relativame­nte amigo, es decir, a incomodar a gente con la que básicament­e uno estaría de acuerdo en cuanto a la postura política sobre los temas más acuciantes del momento. En todo caso, parecería ser que la virulencia de lo virtual ha trasladado los mecanismos de las diversas divisiones de la policía del pensamient­o hacia la consolidac­ión de una policía interior cuyos cortafuego­s son precisamen­te los que crean este abismo entre lo que se piensa ya sea en solitario o en espacios de confianza, con aquello que se ha de manifestar (o callar) en lo que respecta a la construcci­ón de la personalid­ad pública.

Así que ahí donde en casi toda la literatura distópica el undergroun­d se compone por personas que tímidament­e consiguen poco a poco confiar entre sí para manifestar ideas heréticas, quizá la difuminaci­ón actual entre lo público y lo interno está trasladand­o el undergroun­d en primera instancia hacia la posibilida­d de sobreponer­se al policía personal que llevamos interioriz­ado, siempre listo para recordarno­s incluso a un nivel somático –como es propio de las distintas variantes del miedo– las consecuenc­ias potenciale­s de permitir que algún tren de pensamient­o contrario a las ortodoxias emanadas de la academia norteameri­cana pudiera burlar los cercos y salirse de control.

Se produce a menudo la necesidad de hacer una especie de disclaimer por escrito ante cualquier cosa

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