Trump, ¿el principio del fin de los populistas?
Donald Trump, como ejemplo a seguir para los populistas de este planeta, es un sujeto absolutamente nefario. No ha habido, en la historia moderna de Estados Unidos, un presidente tan mentiroso, tan zafio, tan egocéntrico, tan insolente, tan vulgar y, lo peor, tan dispuesto a desconocer normas y a desafiar cínicamente la vigencia de las instituciones republicanas. Su operación de acoso y derribo para desmantelar el sistema de contrapesos establecido por los padres fundadores de la ejemplar democracia estadunidense es punto menos que escalofriante, al igual que su embestida contra la prensa libre y los arteros ataques que dirige a sus adversarios políticos. En lo que se refiere a los logros económicos que tanto cacarea, lo primero que tendríamos que señalar es que se benefició directamente de la situación que le heredó Barack Obama, que el déficit presupuestal ha crecido exponencialmente durante su mandato y que la guerra comercial que ha emprendido en contra de China y la Unión Europea ha tenido un impacto muy negativo en el comercio internacional (las políticas proteccionistas, aunque pretenden beneficiar a quienes las implementan, terminan por ser adversas para todos).
Pero, más allá de lo asombroso que resulta el simple hecho de que un individuo así haya podido ocupar la presidencia
No ha habido, en la historia moderna de Estados Unidos, un presidente tan mentiroso
de la primera potencia mundial, la circunstancia misma de tan extravagante anomalía es muy perniciosa para la vida pública de las demás naciones: los caudillos en ciernes y los aspirantes a tiranuelos se sienten, de pronto, legitimados en su ordinariez y el obligado decoro de los políticos tradicionales deja de ser una cualidad digna de procurarse. O sea, que ninguna elegancia y nada de urbanidad: es la hora del más descarado cinismo, del insulto, del dicharacho barato, de la ofensa y de la violencia verbal. Si Trump lo hace sin mayores problemas entonces yo también me lo puedo permitir –se dicen los acólitos de la cofradía populista al emularlo— y así, con el mayor descaro, es como irrumpen en el escenario sus eminentes discípulos, gente de la calaña de un Bolsonaro o de un Boris Johnson (todo un enigma, el personaje, porque era un tipo ilustrado).
Si pierde hoy, gana la democracia, gana la civilidad. Ganamos todos.