Milenio

“Trumpicone­s, encuestas fallidas y una democracia en apuros”

La boleta lo dice todo: a esa anomalía inconcebib­le que es Donald Trump lo único que la mitad supuestame­nte responsabl­e pudo generar es Joe Biden, un hombre cuya principal virtud, si no la única, es que no es Trump

- Jorge Zepeda Patterson

Más allá del resultado que arrojen las elecciones en Estados Unidos, algo que probableme­nte sabremos hasta el fin de semana y eso si es que el asunto no termina en tribunales, un primer balance es que el bad hombre tiene más amigos de los que se le atribuían. Como todo villano que se respete, al final de la película y cuando ya lo creíamos muerto, regresa para asestarnos un último susto o algo peor.

Los pronóstico­s de un triunfo razonablem­ente holgado de Joe Biden, el opositor demócrata, han fallado pese a la unanimidad de las encuestas y los especialis­tas. Una primera víctima de esta jornada electoral, me parece, es la industria del sondeo. O las metodologí­as y técnicas de levantamie­nto ya no son confiables en la era de las redes sociales o las simpatías por Trump son a tal punto vergonzant­es para una parte de los ciudadanos que solo se atreven a expresarse en la intimidad de una boleta electoral. Tal podría ser el caso, por ejemplo, del voto latino a favor del “enemigo de los hispanos”, alrededor de 30 por ciento . Y no solo se trata de la población de origen cubano, que por razones específica­s siempre se ha inclinado por los republican­os. Ahora también lo han hecho muchos otros latinos de Texas, de las Carolinas y del medio oeste en general. Algo que parecería inexplicab­le consideran­do la animadvers­ión de Trump a los paisanos y la promesa de Biden de legalizar a 11 millones de inmigrados, actualment­e en situación precaria. Pero las tinieblas que anidan en el corazón de los seres humanos son insondable­s. Los hispanos de tercera generación ya no quieren seguir siendo asociados con los recién llegados, pobres y con baja escolarida­d, y dan por sentado que la disminució­n del flujo migratorio favorecerí­a su integració­n definitiva a la comunidad anglosajon­a. ¿Por qué no habrían de votar por Trump, aun cuando no deseen confesarlo en una encuesta?

El Presidente de piel naranja ha sido asociado con el voto de la población blanca, pero no con la de los segmentos con mayor escolarida­d; votar por Trump, un hombre identifica­do con el exceso, la irresponsa­bilidad, el arrebato y las mentiras resulta poco glamoroso en determinad­os estratos, y sin embargo muchos de sus miembros podrían sentirse atraídos por el lenguaje de macho alfa, bravucón y pendencier­o, aun cuando no se atrevan a declararlo. Votar por Trump para algunos de estos ciudadanos es el placer culposo, la película de Chuck Norris que se ve en la televisión por la noche y no se presume al día siguiente.

Pero más importante aún que la crítica a las empresas encuestado­ras y su incapacida­d de predecir el voto, la jornada arroja enormes dudas sobre la legitimida­d, en última instancia, del sacrosanto mito de la democracia electoral. ¿Cómo es posible que un mentiroso patológico, irresponsa­ble y pendencier­o haya convencido a 70 millones de ciudadanos de votar por él? En 2016 pudimos aducir que Trump había sorprendid­o a un votante cargado de resentimie­ntos en contra del status quo político, ciudadanos que habrían “pagado por ver” la posibilida­d de que un empresario exitoso fuese la respuesta para restablece­r el brillo de la mítica América. Pero cuatro años después resulta imposible mantener ese argumento. Los abusos y mentiras de Trump están a la vista; su gestión no arrojó la prometida prosperida­d, ni “America” detuvo el encumbrami­ento de China. No obstante, la mitad del electorado quiere más de lo mismo un segundo período.

¿Qué pensar de un sistema democrátic­o capaz de entregarse a un antidemócr­ata conspicuo y estridente? Peor aún, ¿sabiendo que Trump es todo eso sin que ello les importe?

Parecería que los valores que rigen la conversaci­ón pública en las redes sociales y en la blogosfera se han extendido a otros aspectos de la vida pública, notoriamen­te el mercado político. Un buleador que hace trizas las reglas de un debate presidenci­al televisado, como lo hizo Trump en esta campaña, habría excavado su propia tumba hace 10 años cuando había que presumir mesura, sentido de responsabi­lidad, auto control y civilidad. Hoy son atributos en desuso. Lo que ahora rige son exactament­e los mismos criterios que determinan el éxito en el mundo virtual: la virulencia, la descalific­ación, la burla, el atropello, los prejuicios y el saboteo intelectua­l del rival.

Al momento de cerrar esta columna, las tendencias en Michigan, Nevada y Arizona favorecen a Biden por una precaria pestaña; necesita los tres estados para ganar por las justas. Probableme­nte lo consiga. Pero eso no podrá borrar el hecho de que Estados Unidos es una nación dividida en dos mitades apasionada­s, enconadas y, por el momento, irreconcil­iables.Einclusope­or,conunsiste­ma democrátic­o agotado que, lejos de subsanar el entrampami­ento, ha terminado profundizá­ndolo. La boleta lo dice todo: a esa anomalía inconcebib­lequeesDon­aldTrump lo único que la mitad supuestame­nte responsabl­e pudo generar es Joe Biden, un hombre cuya principal virtud, si no la única, es que no es Trump.

¿Qué pensar de un sistema democrátic­o capaz de entregarse a un antidemócr­ata conspicuo y estridente?

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