El fracaso de las encuestas
La revista The Atlantic publicó en su portal un artículo especial de David A. Graham sobre las equivocaciones de los sondeos. Gil ofrece algunos fragmentos del texto
Gil abandonó el mullido sillón del amplísimo estudio y caminó sobre la duela de cedro blanco con las manos entrelazadas en la espalda. Biden llevaba 264 colegios electorales y Trump 214. Aún no daban las seis de la tarde del 4 de noviembre y Gil se preguntó: ¿quién perdió? Sin duda, los encuestadores.
La revista The Atlantic publicó en su portal un artículo especial de David A. Graham sobre las equivocaciones de las encuestas. Con la colaboración deRaudelÁ vi la, Gil ofrece algunos fragmentos de ese artículo que no puede ser más actual, hiriente, peligroso:
Aún con los resultados de la contienda presidencial indefinidos, hay un claro perdedor en esta elección: las encuestas. Los sondeo serrarondrástica mente, los resultados predijeron una victoria fácil para el ex vicepresidente Jo e Biden, una toma demócrata del Senado y ganancias para ese partido en la Cámara de Representantes. En lugar de lo anterior, la elección presidencial está muy competida para declarar victoria (too close to call), los republicanos parece que conservarán el Senado y la ventaja demócrata en la Cámara de Representantesse verá probablemente reducida.
Es un desastre para la industria encuestadora y para los medios y analistas que presentan e interpretan encuestas de consumo público, como FiveThirtyEight, el
New York Times y la unidad de elecciones de The Economist. Todos ellos enfrentan serios cuestionamientos existenciales.
La verdadera catástrofe es que el fracaso de las encuestas deja a los estadounidenses sin un medio confiable para entender lo que nosotros pensamos. El actual complejo industrial de las encuestas rastrea sus raíces hasta la década de 1930, cuando George Gallup lo creó. Pero la verdadera efervescencia se produjo con la creación del sitio FiveThirtyEight, creación de NateSilver (2007). La elección presidencial de 2016 constituyó un shock para este nuevo régimen. Las encuestas y sus analista s esperaban una victoria deHill ar y Clinton, yenlug arde eso ganó DonaldTrump. En medio de una reacción popular, las encuestas (encuestadores y analistas) defendieron sus resultados y culparon al público por no entender los números y las probabilidades. Apuntaron que el voto popular había sido muy cercano a lo evidencia do en encuestas nacionales de Clinton contra Trump, mientras que las encuestas estatales estuvieron dramáticamente equivocadas… algunos observador es, incluido yo, más o menos les compramos esa defensa. Los encuestadores examinaron de cerca sus métodos y prometieron tratar de arreglar los problemas en 2020, si bien pusieron de manifiesto que las encuestas nunca son perfectas.
Después vino la votación. En todos los estados columpio, excepto Arizona, Trump superó el promedio de encuestas de FiveThirtyEight.
Los próximos días y semanas veremos un análisis cuidadoso y menos cuidadosas recriminaciones, pero nadie parece saber exactamente qué salió mal. La respuesta casi no importa, a menos que seas un encuestador profesional, porque después de
dos enormes fracasos en elecciones presidenciales, los encuestadores han perdido la confianza de la prensa y el público.
El colapso de la industria tiene consecuencias que van más mucho más allá que el mero impacto en sus propias vidas profesionales (de los encuestadores), o incluso que el mero establecimiento de expectativas incorrectas en la competencia presidencial. Mucho en la democracia estadounidense depende de tener la capacidad de entender lo que nuestros conciudadanos piensan. Ya no pasamos tiempo alrededor de la gente que está en desacuerdo con nosotros. La encuesta de opinión pública era uno de los últimos recursos disponibles para entender lo que otros estadounidenses creen. Si las encuestas no sirven, estamos volando a ciegas.
La incapacidad para confiar en las encuestas mina también todo un rango de decisiones políticas. Numerosos votantes deciden a cuál candidato apoyan en elecciones primarias basados en parte en cálculos racionales sobre quién tiene mayores probabilidades de ganar una elección general. Si los datos de las encuestas no son confiables, entonces los candidatos triunfadores en las elecciones primarias serán probablemente quienes griten más alto o los mejor patrocinados.
Sin fuentes confiables de información sobre la opinión pública, la prensa, y por extensión el público, deberán quizá emplear una medida de humildad sobre lo que se puede y no se puede saber en política.
En este momento, el líder del partido republicano es un populista autoritario que dice representar la “verdadera” voluntad del pueblo, a pesar de haber perdido el voto popular dos veces. Resulta improbable que el presidente ejerza cualquier tipo de humildad al exclamar, sin evidencia, que la opinión pública lo respalda. Podrá equivocarse o mentir, pero sin encuestas confiables ¿quién podrá contradecirlo?
Todo es muy raro, caracho, como diría Plinio el Joven:
“Podrá equivocarse, pero sin ejercicios confiables ¿quién podrá contradecirlo?”