Milenio

“El candidato y la residencia para medio locos en Míchigan”

- Alfredo Campos Villeda

Hace cuatro años, pasada la medianoche de la elección estadunide­nse, había certeza del resultado y la aceptación de Hillary Clinton dejó puesta la mesa para que poco antes de las tres de la mañana hora de México, con un extraño discurso conciliado­r, Donald Trump saliera a festejar la victoria y confirmar el llamado a hacer grande su patria otra vez.

Ese tono efímero de civilidad y razón no detuvo la concepción de la portada del diario francés Libération, con un Trump de espaldas, en medio de un fondo negro, y una única leyenda: “American Psycho”. Al día siguiente y hasta anoche, el presidente fue el mismo rijoso, provocador, pendencier­o y mentiroso que todo mundo conoce. El colmo: desde su televisora-vocería, Fox News, le reprocharo­n que lanzara acusacione­s de robo y fraude sin fundamento alguno.

Si las tendencias, el humor de los candidatos y los números se mantienen, Joe Biden será el nuevo jefe de la Casa Blanca no sin antes lidiar con una batalla legal, a la que tiene derecho el eventual perdedor, en medio de ese enredado sistema electoral estadunide­nse, pues se antoja ilusorio pensar en un reconocimi­ento de la derrota del republican­o, a quien nada mal caería un retiro, una vez fuera del poder, en una residencia como aquella memorable Battle Creek.

Aquel sanatorio para demi-fous, voz francesa que significa “medio locos”, se fundó en Míchigan en el siglo XIX con base en uno alemán de gran renombre por sus clientes, el de Baden-Baden, que albergó a figuras como Berlioz, Dostoievsk­i, Brahams y Turguénev. La casa estadunide­nse fue consumida por un incendio en 1904, reconstrui­da y ampliada por los hermanos Kellogg, sí, los de los cereales, atrayendo a personajes como la viuda de Lincoln, John Rockefelle­r, Warren Harding, Irving Fisher, Henry Ford y Johnny Weissmulle­r (el más célebre Tarzán), clientes “adinerados y nerviosos”, como los llama Andrew Scull en su libro Locura y civilizaci­ón (FCE, 2019).

Aunque el sanatorio de Battle Creek ya no existe y hoy alberga un inmueble conocido como Centro Federal Hart-Doyle-Inouye, debe haber alguna versión moderna que será ideal para que alguien vaya a rumiar sus desventura­s en la hora de la derrota.

Se antoja ilusorio pensar que el magnate reconocerá su derrota

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