“El candidato y la residencia para medio locos en Míchigan”
Hace cuatro años, pasada la medianoche de la elección estadunidense, había certeza del resultado y la aceptación de Hillary Clinton dejó puesta la mesa para que poco antes de las tres de la mañana hora de México, con un extraño discurso conciliador, Donald Trump saliera a festejar la victoria y confirmar el llamado a hacer grande su patria otra vez.
Ese tono efímero de civilidad y razón no detuvo la concepción de la portada del diario francés Libération, con un Trump de espaldas, en medio de un fondo negro, y una única leyenda: “American Psycho”. Al día siguiente y hasta anoche, el presidente fue el mismo rijoso, provocador, pendenciero y mentiroso que todo mundo conoce. El colmo: desde su televisora-vocería, Fox News, le reprocharon que lanzara acusaciones de robo y fraude sin fundamento alguno.
Si las tendencias, el humor de los candidatos y los números se mantienen, Joe Biden será el nuevo jefe de la Casa Blanca no sin antes lidiar con una batalla legal, a la que tiene derecho el eventual perdedor, en medio de ese enredado sistema electoral estadunidense, pues se antoja ilusorio pensar en un reconocimiento de la derrota del republicano, a quien nada mal caería un retiro, una vez fuera del poder, en una residencia como aquella memorable Battle Creek.
Aquel sanatorio para demi-fous, voz francesa que significa “medio locos”, se fundó en Míchigan en el siglo XIX con base en uno alemán de gran renombre por sus clientes, el de Baden-Baden, que albergó a figuras como Berlioz, Dostoievski, Brahams y Turguénev. La casa estadunidense fue consumida por un incendio en 1904, reconstruida y ampliada por los hermanos Kellogg, sí, los de los cereales, atrayendo a personajes como la viuda de Lincoln, John Rockefeller, Warren Harding, Irving Fisher, Henry Ford y Johnny Weissmuller (el más célebre Tarzán), clientes “adinerados y nerviosos”, como los llama Andrew Scull en su libro Locura y civilización (FCE, 2019).
Aunque el sanatorio de Battle Creek ya no existe y hoy alberga un inmueble conocido como Centro Federal Hart-Doyle-Inouye, debe haber alguna versión moderna que será ideal para que alguien vaya a rumiar sus desventuras en la hora de la derrota.
Se antoja ilusorio pensar que el magnate reconocerá su derrota