Milenio

Emergencia educativa

- LUIS PETERSEN FARAH luis.petersen@milenio.com

Sí, el futuro próximo de la educación será híbrido, en parte presencial y en parte a distancia, como dice el optimismo de la SEP y de Esteban Moctezuma. Pero cuando se reabran las escuelas todo eso empezará bajo cero. Muchos grados bajo cero.

¿Un año sin escuela? El verde del semáforo es un color lejano. Los cálculos no ubican una vacuna en México antes de febrero o marzo. Ya para entonces habremos cumplido un año del cierre. Y a menos que hubiera un improbable cambio en las decisiones de la autoridad, la educación básica mexicana se habrá mantenido todo ese tiempo en coma inducido y, desde agosto, con oxígeno vía televisión y radio.

Hasta el regreso, no se sabrán las consecuenc­ias de tanto tiempo sin interacció­n directa con los maestros, sin un seguimient­o del aprendizaj­e y sin una respuesta inmediata a los problemas que se van presentand­o. ¿Qué pasa si surge alguna duda, como tantas que los padres no pueden resolver?

Hasta el regreso, no se calibrarán los resultados de estudiar en casa, con los vecinos o con los abuelos, con ayuda o vigilancia de hermanos o familiares. De un día para otro el rincón se hizo aula, cualquiera pudo ser maestro y el maestro se volvió un lejano inspector con una muy limitada capacidad de ayuda.

Los maestros se imaginan que una parte importante de sus alumnos ha cumplido hasta ahora con las tareas, pero sospechan (en algunos casos aseguran) que ya hubo un fuerte abandono del proceso. Por muchas razones: porque en medio de la crisis los menores tuvieron que apoyar la economía familiar, porque nadie los podía ayudar, porque tuvieron que entrarle a las tareas de la casa (sobre todo las niñas) y cuidar a los hermanos, o porque simplement­e se quedaron rezagados hasta que un día ya no hubo condicione­s para seguir. Una vez fuera del proceso educativo, no será fácil que quieran y puedan volver a la escuela.

Y los que sí han cumplido, no necesariam­ente han aprendido. El rezago académico y la dramática brecha escolar ya era un problema antes de la pandemia. Y empeora fatalmente. Los maestros saben que tendrán que volver sobre los contenidos para que los alumnos puedan avanzar. Tendrán que regulariza­r a los que se retrasaron, a los que no siguieron algunos contenidos específico­s y a los que se quedaron con dudas o con las conocidas lagunas. Lo saben, pero son meras generalida­des. Los docentes no tienen el mapa de tales lagunas. No hay evaluacion­es. La Secretaría de Educación lo decidió en su momento. Resultaba complicado y estresante.

Ayer la Unesco publicó un informe que ponía el dedo en llaga: el covid-19 profundizó las brechas educativas en América Latina y el Caribe, que ya antes era la región más desigual del mundo. Es necesario, dice, desarrolla­r medidas urgentes “para que la emergencia educativa no se convierta en un desastre generacion­al”.

México está ahí. Y entre más tarde llegue el regreso a clases, el impacto será mayor.

Tal vez no había de otra. Pero no se puede pensar en que, aún ahora, cerrar sigue siendo la mejor decisión. Los contagios no se detuvieron: hay que preparar ya una reapertura, que a todas luces será el desafío mayor de la escuela mexicana en su historia. La educación no se ha visto como tarea esencial.

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