Campo (des)unificado
Empecemos con el prefijo “des”, que quita al concepto lo que posee. Como civilización hemos perdido una pauta profunda de vinculación con todo aquello que nos rodea y aun con nuestro propio interior. Creer que siempre ha sido así porque los seres humanos poseen un ego que los aísla, contenido en el enunciado, en el yo individual, es una equivocación. No solamente porque ha habido culturas (algunas sobreviven) de participación con la naturaleza asumida como una totalidad a la que se pertenece, sino porque existen estados de conciencia, sistemas de pensamiento o alcances del lenguaje que desmienten esa fatal secesión. El arte, la poesía, la bondad, la confianza, la lucidez creativa, la comunidad o el amor, el heroísmo, el desprendimiento (lo que no se da se pierde, dicen los Vedas) o la reducción drástica de la necesidad confirman la existencia de una conciencia superior más allá del estrecho yo.
Este espacio telegráfico no permite abundar, pero lo que E. Morin llama “paradigma de la simplificación” ha provocado el ominoso presente de nuestra distopía común: el imperio de la disyunción (que separa al sujeto pensante de la cosa), de la reducción (que disuelve lo complejo en lo simple), y de la abstracción (que unifica anulando la diversidad o al revés). El pensamiento simplificante es incapaz de concebir lo uno y lo múltiple, la unitas multiplex que se conoce desde la más remota antigüedad, aquella tela de araña cósmica, interna y externa, con que los chamanes describen la compleja realidad: se toca aquí y se estremece allá.
Hemos perdido una pauta profunda de vinculación con todo aquello que nos rodea
Se trata de entonces una “inteligencia ciega” que destruye conjuntos y totalidades, a la persona y al objeto en sus contextos y ambientes, al observador y la cosa observada. Una mutilación que provoca tragedias sucesivas y empuja al abismo de una tragedia mayor. Re-conocer el campo unificado es comenzar a curarse de la patología contemporánea de la razón.