Una nación llamada Donald Trump
No fue una anomalía, la presidencia del populista que habita todavía la Casa Blanca (a la espera de que lo desalojen, antes del 20 de enero, los agentes del secret service, sin mayores miramientos, porque el sujeto se va a emperrar en no traspasar el poder al seguir rechazando, de tajo, los resultados de una elección ejemplarmente conducida).
Un dato, amables lectores: ni mas ni menos que 70 millones de ciudadanos acaban de votar por el mentado personaje. Es el segundo mejor resultado electoral de toda la historia de Estados Unidos, superado únicamente por los números que alcanzó el claro ganador de la reciente contienda, de nombre Joe Biden.
O sea, que Trump tiene lo suyo. Podría gobernar un país entero, poblado de sus beatíficos seguidores, y ese Estado-nación sería más importante, en términos estrictamente poblacionales, que Bélgica o que Países Bajos o que Colombia o que Taiwán o que la mismísima Corea del Sur.
Nos resulta deprimente y perturbador, a quienes nos inquietamos por la deriva de corte protofascista de la democracia estadunidense, constatar esta realidad: los modos de Trump — su consustancial zafiedad, sus aires de matón, su descarada disposición a desafiar los mismísimos fundamentos del aparato institucional y su desprecio
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Las bravatas le aseguran seguidores al supremo provocador
por la legalidad— no alejan a la gente. Por el contrario: las bravatas le aseguran seguidores al supremo provocador. Tan sorprendente como alarmante.
En un sistema que asegura —mal que bien— libertades y derechos fundamentales, esta postura de los votantes debiere ser, en sí misma, una auténtica extravagancia. Pues, no: el hombre cuenta con el apoyo de lo que, en estos pagos, llamaríamos una masa social. Y todos esos millones de simpatizantes comparten la misma visión de las cosas, los mismos valores y, por lo visto, la misma disposición a desconocer e invalidar los principios que sustentan la vida democrática de las naciones civilizadas.
Trump seguirá allí. Tendrá el ir restricto respaldo de sus seguidores y su agenda ocupará buena parte de los espacios del _ futuro debate público. No ha perdido vigencia ni ha desaparecido tampoco del mapa político.
Festejamos grandemente el desenlace de estas elecciones. Pero, no todo fue dicho este pasado 3 de noviembre.