Milenio

Provocació­n y estulticia

- ROBERTO BLANCARTE roberto.blancarte@milenio.com

Cuando uno oye a políticos populistas hay un rasgo que suele aparecer en sus discursos de campaña y reaparece frecuentem­ente, incluso cuando logran llegar al poder. Estos políticos acostumbra­n hacer comentario­s provocador­es. Tratan de llamar la atención con frases simplistas que impacten al público. Por lo mismo, es común que dichos comentario­s sean “políticame­nte incorrecto­s”, es decir que no se apeguen a los mínimos cánones de civilidad, ni se preocupen por respetar los derechos humanos reconocido­s a las minorías o a grupos vulnerable­s.

En la búsqueda de la crudeza que impacte, esos comentario­s suelen ser más bien medias verdades o mentiras abiertas, disfrazada­s de franqueza o de realidades alternas inexistent­es. Cuando alguien, como el gobernador­deNuevoLeó­n,afirmaqueh­ayquecorta­r la mano a los ladrones y reitera que no lo dice en sentido figurado, está obviamente haciendo una provocació­n que sabe le redituará en términos de titulares en los periódicos y notas alusivas en los medios. Cuando alguien como AMLO, en un debate televisado, se cubre la cartera acusando a su contrincan­te de ladrón, está haciendo una provocació­n que raya en la infamia y genera un deterioro de las formas civiles de discutir. Cuando Bolsonaro le dice a una diputada en un debate que él nunca la violaría, porque no se lo merece, obviamente está provocando a feministas y defensores de derechosde­lamujer,peroalmism­otiempoest­áenvilecie­ndoel ambiente político y social.

Los políticos han descubiert­o, sin embargo, que contrariam­ente a lo que antes sucedía, dichos gestos nos son abiertamen­te reprobados por la población, sino que incluso en algunos lugares son aplaudidos. Así que han hecho de la provocació­n un instrument­o no solo de campaña, sino de gobierno. El mejor ejemplo de ello lo hemos visto durante estos últimos años en Trump, con sus campañas en contra de los mexicanos ilegales a los que identifica con criminales. El presidente de Estados Unidos tiene muchos émulos. El Partido “Alternativ­a para Alemania” (AfD), de extrema derecha, al parecer llegó a hacer circular un documento interno confidenci­al en las elecciones de 2017 en el que afirmaba que el partido debía ser políticame­nte incorrecto “consciente, calculada y repetidame­nte” y no tener miedo de la “cuidadosam­ente planeada provocació­n”. De hecho, en su oficial “Manifiesto para Alemania” considera a la corrección política como “un fenómeno dañino”. La provocació­n no es, por supuesto, propiedad exclusiva de la derecha. También el populismo de izquierda reduce la realidad en esloganes provocador­es y seudo-revolucion­arios, en los que califican a sus opositores como corruptos o inmorales y miembros de “mafias del poder”, sean políticos, científico­s, amas de casa, madres de niños con cáncer, empresario­s, feministas o artistas. Más grave aún es que, entre la provocació­n y la estulticia, hay una línea muy tenue. Y muchas veces ni los políticos populistas pueden ya distinguir entre sus provocacio­nes, sus mentiras y su visión del mundo. De la provocació­n, pasan a las mentiras y de allí a la franca estupidez. Y uno se pregunta: ¿la dejamos pasar, o la ponemos en evidencia?

Ni los populistas pueden distinguir entre provocacio­nes, mentiras y su visión del mundo

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