Provocación y estulticia
Cuando uno oye a políticos populistas hay un rasgo que suele aparecer en sus discursos de campaña y reaparece frecuentemente, incluso cuando logran llegar al poder. Estos políticos acostumbran hacer comentarios provocadores. Tratan de llamar la atención con frases simplistas que impacten al público. Por lo mismo, es común que dichos comentarios sean “políticamente incorrectos”, es decir que no se apeguen a los mínimos cánones de civilidad, ni se preocupen por respetar los derechos humanos reconocidos a las minorías o a grupos vulnerables.
En la búsqueda de la crudeza que impacte, esos comentarios suelen ser más bien medias verdades o mentiras abiertas, disfrazadas de franqueza o de realidades alternas inexistentes. Cuando alguien, como el gobernadordeNuevoLeón,afirmaquehayquecortar la mano a los ladrones y reitera que no lo dice en sentido figurado, está obviamente haciendo una provocación que sabe le redituará en términos de titulares en los periódicos y notas alusivas en los medios. Cuando alguien como AMLO, en un debate televisado, se cubre la cartera acusando a su contrincante de ladrón, está haciendo una provocación que raya en la infamia y genera un deterioro de las formas civiles de discutir. Cuando Bolsonaro le dice a una diputada en un debate que él nunca la violaría, porque no se lo merece, obviamente está provocando a feministas y defensores de derechosdelamujer,peroalmismotiempoestáenvileciendoel ambiente político y social.
Los políticos han descubierto, sin embargo, que contrariamente a lo que antes sucedía, dichos gestos nos son abiertamente reprobados por la población, sino que incluso en algunos lugares son aplaudidos. Así que han hecho de la provocación un instrumento no solo de campaña, sino de gobierno. El mejor ejemplo de ello lo hemos visto durante estos últimos años en Trump, con sus campañas en contra de los mexicanos ilegales a los que identifica con criminales. El presidente de Estados Unidos tiene muchos émulos. El Partido “Alternativa para Alemania” (AfD), de extrema derecha, al parecer llegó a hacer circular un documento interno confidencial en las elecciones de 2017 en el que afirmaba que el partido debía ser políticamente incorrecto “consciente, calculada y repetidamente” y no tener miedo de la “cuidadosamente planeada provocación”. De hecho, en su oficial “Manifiesto para Alemania” considera a la corrección política como “un fenómeno dañino”. La provocación no es, por supuesto, propiedad exclusiva de la derecha. También el populismo de izquierda reduce la realidad en esloganes provocadores y seudo-revolucionarios, en los que califican a sus opositores como corruptos o inmorales y miembros de “mafias del poder”, sean políticos, científicos, amas de casa, madres de niños con cáncer, empresarios, feministas o artistas. Más grave aún es que, entre la provocación y la estulticia, hay una línea muy tenue. Y muchas veces ni los políticos populistas pueden ya distinguir entre sus provocaciones, sus mentiras y su visión del mundo. De la provocación, pasan a las mentiras y de allí a la franca estupidez. Y uno se pregunta: ¿la dejamos pasar, o la ponemos en evidencia?
Ni los populistas pueden distinguir entre provocaciones, mentiras y su visión del mundo