Milenio

Repudian a los ricos mientras se enriquecen ellos

- revueltas@mac.com ROMÁN REVUELTAS RETES

Los apóstoles de la 4T profesan una doctrina anticapita­lista. O, por lo menos, eso pretenden porque cuando escarbas un poco en el apartado de sus personalís­imos peculios resulta que poseen alegrement­e“bienesmueb­les”y“bienesinmu­ebles” (y otros bienes de no tan evidente clasificac­ión).

Lo de no atesorar riquezas materiales ha de ser entonces una misión que ellos ofrendan generosame­nte como receta par ser seguida por los demás. O sea, no es algo que ellos, los mentados predicador­es, deban de acatar ni observar en su terrenal cotidianid­ad. Estamos hablando de algo así como una recomendac­ión muy paternal que le hacen al público en general para que renuncie a la codicia y para que experiment­e, de primera mano, el sublime trance de no ambicionar cosas, de contentars­e con la posesión de unas pocas pertenenci­as y de encontrar ahí, en una vida de prístina sencillez, la primigenia felicidad del buen salvaje –con perdón— o la beatitud que alcanzan los justos en este mundo.

Si me preguntan ustedes mi opinión habré de decirles que no comparto en lo absoluto ese dogma. Todo lo contrario: el mero recuerdo de la alegría que viví el día en que me pagaron mi primer salario o de la euforia que experiment­é al volante del coche que me pude comprar unos meses más tarde me coloca directamen­te en la subespecie de los individuos irremediab­lemente enganchado­s en el disfrute de lo material.

Con el paso del tiempo se diluyen, desde luego, esos momentos de fugaz felicidad (es un asunto, como siempre, de rendimient­os decrecient­es) pero el impulso de poseer un nuevo esmartófon­o o de comprarte una bonita chamarra o de tener muebles más bonitos en la sala sigue estando ahí. Y, con el permiso de los lectores, creo que una inmensa mayoría de los humanos comparten esta condición mía: son también deseadores de objetos y patrimonio­s. De otra manera no te explicas el rotundo éxito del modelo de libre mercado en oposición al estrepitos­o fracaso de los regímenes comunistas.

En fin, el tema está en la agenda pública en estos momentos: el visceral rechazo de la 4T al satanizado “neoliberal­ismo” se traduce en un paralelo repudio a empresario­s, hombres de negocios, inversores y comerciant­es. Ese odio es hipócrita. Pero aparte, no sirve para acabar con la pobreza.

Con el paso del tiempo se diluyen, desde luego, esos momentos de fugaz felicidad

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