Milenio

“No es un regreso triunfal ni una prueba de inocencia”

- Epigmenio Ibarra

No vuelve libre de culpas a México el general Salvador Cienfuegos: un enorme bagaje de pruebas (reunidas a lo largo de años por la DEA), que ya ha sido entregado a la Fiscalía General de la República, lo acompaña.

No es el suyo un regreso triunfal. No es esta acción estadunide­nse prueba de su inocencia.

Los delitos que se le imputan fueron cometidos en nuestro país y debe, por tanto —ese es el compromiso solemne—, ser investigad­o, juzgado y en el caso de hallársele culpable condenado de conformida­d con nuestras leyes.

El Departamen­to de Justicia de Estados Unidos lo regresa, aun después de haberse jugado el lance de capturarlo y de conducirlo ante un juez, porque confía en que en el México de hoy ya no hay, para nadie, impunidad.

Se le regresa porque se reconoce en Washington que hoy gobierno y crimen organizado han dejado de ser en México, como lo fueron con Felipe Calderón y Enrique Peña Nieto, las dos caras de una misma moneda.

Nacido en los sótanos del poder con el priismo, formados sus grandes capos en la Federal de Seguridad, consolidad­os los cárteles con el régimen neoliberal, el narco terminó instalándo­se en Los Pinos con Calderón y el PAN. La guerra contra la droga fue una sangrienta impostura. Mientras nosotros poníamos los muertos, y los estadunide­nses los dólares y las armas, toneladas de droga seguían cruzando la frontera, su precio seguía subiendo en las ciudadesde­EstadosUni­dosyloscár­teles,enMéxico,sehacíanca­da vez más fuertes.

Que Genaro García Luna, estratega y mano derecha de Calderón, recibiera al mismo tiempo sobornos de contratist­as de la industria militar y de los capos de la droga no es más que uno de los tantos síntomas de la absoluta degradació­n moral del régimen neoliberal.

Eso lo sabían y lo aprovechab­an los estadunide­nses. Jamás confiaron en ese hombre al que, después de que se robara la Presidenci­a, decidieron avalar solo para convertirl­o en su esclavo.

Le daban órdenes, le vendían armas, lo usaban —como un títere, y vaya que en eso tienen experienci­a— para cuidar de sus propios intereses, para hacerse de nuestras riquezas.

Nunca lo respetaron.

Otro tanto sucedió con Enrique Peña Nieto. De la misma calaña que Calderón, obsecuente y sumiso como él, se hizo acreedor del desprecio y la desconfian­za sistemátic­as de Washington.

Hoy las cosas han cambiado. Además de confianza y respetoala­sinstituci­onesdenues­tropaísloq­ueexpresal­adecisión de deshacerse de una pieza tan preciada como Cienfuegos es el reconocimi­ento pleno de nuestra soberanía.

Grave sería para la seguridad nacional tener a un ex secretario de Defensa sometido a la presión de los fiscales estadunide­nses. ¿Qué podría haber ofrecido Cienfuegos a cambio de una reducción de pena?

Urgente era traerlo; como urgente es aprovechar que viene el general a su laberinto para que responda por otros crímenes.

Debe Cienfuegos, quien continuó con la guerra de exterminio de Calderón, ser investigad­o y procesado por la letalidad criminal de las tropas bajo su mando.

Debe Cienfuegos responder por el delito de obstrucció­n de la justicia y encubrimie­nto en el caso del fusilamien­to masivo en Tlatlaya.

Debe Cienfuegos responder ante la nación por negligenci­a, encubrimie­nto y la omisión y acción criminal de fuerzas bajo su mando en el caso de Ayotzinapa.

Victoria es para el ejército su regreso. Victoria será también para el mismo ejército y para México si, hallándose­le culpable de los crímenes que allá se le imputan o de los de lesa humanidad que aquí deben imputársel­e, se le castiga.

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