Ponerse el saco
Meses después del inicio de la pandemia, el gobierno de Boris Johnson ha lanzado un paquete de apoyos económicos a las industrias creativas en el Reino Unido. Tiene, sin embargo, un chanfle: antes de hacer entrega de los recursos, el Culture Recovery Fund, encargado del programa, envía a sus beneficiarios una comunicación comprometiéndolos a agradecer a la instancia en redes sociales, así como a informar a los medios locales.
A lo largo de su gestión, el presidente estadunidense Donald Trump presentó cuatro ejercicios presupuestales que contemplan el cese del financiamiento a los Fondos Nacionales para las Artes y las Humanidades, al Instituto de Servicios Museísticos y Bibliotecarios y a la Corporación para la Radiodifusión Pública, tenido por “gasto dispendioso e innecesario”. Por fortuna, la iniciativa ha sido derrotada cada vez en el Legislativo.
El presidente brasileño Jair Bolsonaro desapareció el Ministerio de Cultura y lo redujo a dependencia del de Turismo, cuyo titular ha cambiado cinco veces en menos de dos años. La ley que permite al sector privado dedicar parte de sus obligaciones fiscales a las iniciativas culturales ha visto su tope por proyecto reducirse en un 98 por ciento. Sus beneficiarios son tildados de “barones” por el actual responsable de la política cultural.
En la Rusia de Vladimir Putin el provocador director teatral Kirill Serebrennikov fue mantenido casi tres años bajo arresto domiciliario so pretexto de una acusación de fraude que terminó por revelarse baladí, mientras 120 trabajadores del organismo encargado de la construcción de centros culturales han sido objeto de despidos sin indemnización.
Esos cuatro casos bastan para justificar que, en su alocución al recibir FIL Guadalajara el Premio Princesa de Asturias, su presidente, Raúl Padilla, haya hablado de la necesidad de defender la cultura “frente a los gobiernos populistas que hoy amenazan nuestra herencia liberal y ponen en riesgo la democracia”.
La semana pasada, el presidente de México expuso su molestia ante tal aseveración, siempre loable, hoy urgente. No argumentó, sin embargo, sus razones.
El director teatral Kirill Serebrennikov fue mantenido casi tres años bajo arresto domiciliario