Encanto y desencanto
¿Se ha preguntado usted por qué en nuestra vida política la mayoría de los mexicanos pasa cíclicamente del encanto al desencanto, de la esperanza a la desesperanza, y de la ilusión a la desilusión?
¿Se ha preguntado por qué vienen y van gobernantes con banderas y programas diversos, pero la pobreza, la desigualdad, los delitos y la impunidad aumentan?
A mi modo de ver, la causa de las causas es la minusvalía del ciudadano. El mexicano es poco patriota y muy patriotero; quiere y exige la vigencia de la ley, pero ha sido educado en sentido contrario.
La más perniciosa herencia que se transmite de generación en generación es la pobreza ética y cívica, generadora de las demás pobrezas. Por eso el escenario nacional es desolador. Ni hablar del honor —entendido como la consciencia de la propia dignidad—, hoy es un concepto degenerado que se usa para arrastrarse ante el poderoso.
Esa miseria —ética y cívica— es la que permite los abusos de autoridad. Desde que México es México, los gobiernos han sido y siguen siendo (salvo excepciones) corruptos y corruptores. Tal inocultable verdad ha llevado a la mayoría de la población a entender, con resignación, que la legalidad es una quimera; y así es imposible el buen ser y el buen vivir comunitario.
Desde nuestros orígenes hemos apostado al tlatoani, al caudillo, al salvador, al iluminado, por eso pululan imbéciles y criminales en los cargos públicos. No hemos construido instituciones fuertes que eviten la impunidad y soberbia de los poderosos. Lo más que hemos visto son vendettas miserables, no depuraciones de verdad.
La formación de auténticos ciudadanos es condición indispensable para construir instituciones fuertes y serviciales que ordenen la vida pública, impidan los abusos del poder y hagan posible la sana convivencia social.
Mientras no se logre lo anterior, seguirán gobernantes incapaces para construir y obsesionados en destruir; mantendrán la cantaleta de culpar al pasado para ocultar los desastres que ocasionan; continuarán diciéndonos que aman a los pobres, mientras los usan y multiplican; inventarán más “datos” que no cambian la realidad; seguirán sin responder a pandemias e inundaciones ni a muertes que fueron evitables, pero verán zopilotes sobre sus cabezas; seguirán como babosos riéndose de sus gracejadas; se mantendrán en la colina insultando a sus críticos, pero no dejarán de ser homúnculos resentidos, violentos y perversos.
Urge atajar la locura y corrupción que desgobierna y destroza a México; también es impostergable detonar la cruzada educativa y cultural creadora de ciudadanía. De lo contrario, con este y con el que venga seguirá el país en caída libre, con mayor pobreza, anarquía y dolor.
La “lealtad ciega” pedida por el Presidente solo puede ser entregada por mascotas y eunucos.