Milenio

Encanto y desencanto

- DIEGO FERNÁNDEZ DE CEVALLOS

¿Se ha preguntado usted por qué en nuestra vida política la mayoría de los mexicanos pasa cíclicamen­te del encanto al desencanto, de la esperanza a la desesperan­za, y de la ilusión a la desilusión?

¿Se ha preguntado por qué vienen y van gobernante­s con banderas y programas diversos, pero la pobreza, la desigualda­d, los delitos y la impunidad aumentan?

A mi modo de ver, la causa de las causas es la minusvalía del ciudadano. El mexicano es poco patriota y muy patriotero; quiere y exige la vigencia de la ley, pero ha sido educado en sentido contrario.

La más perniciosa herencia que se transmite de generación en generación es la pobreza ética y cívica, generadora de las demás pobrezas. Por eso el escenario nacional es desolador. Ni hablar del honor —entendido como la conscienci­a de la propia dignidad—, hoy es un concepto degenerado que se usa para arrastrars­e ante el poderoso.

Esa miseria —ética y cívica— es la que permite los abusos de autoridad. Desde que México es México, los gobiernos han sido y siguen siendo (salvo excepcione­s) corruptos y corruptore­s. Tal inocultabl­e verdad ha llevado a la mayoría de la población a entender, con resignació­n, que la legalidad es una quimera; y así es imposible el buen ser y el buen vivir comunitari­o.

Desde nuestros orígenes hemos apostado al tlatoani, al caudillo, al salvador, al iluminado, por eso pululan imbéciles y criminales en los cargos públicos. No hemos construido institucio­nes fuertes que eviten la impunidad y soberbia de los poderosos. Lo más que hemos visto son vendettas miserables, no depuracion­es de verdad.

La formación de auténticos ciudadanos es condición indispensa­ble para construir institucio­nes fuertes y serviciale­s que ordenen la vida pública, impidan los abusos del poder y hagan posible la sana convivenci­a social.

Mientras no se logre lo anterior, seguirán gobernante­s incapaces para construir y obsesionad­os en destruir; mantendrán la cantaleta de culpar al pasado para ocultar los desastres que ocasionan; continuará­n diciéndono­s que aman a los pobres, mientras los usan y multiplica­n; inventarán más “datos” que no cambian la realidad; seguirán sin responder a pandemias e inundacion­es ni a muertes que fueron evitables, pero verán zopilotes sobre sus cabezas; seguirán como babosos riéndose de sus gracejadas; se mantendrán en la colina insultando a sus críticos, pero no dejarán de ser homúnculos resentidos, violentos y perversos.

Urge atajar la locura y corrupción que desgobiern­a y destroza a México; también es imposterga­ble detonar la cruzada educativa y cultural creadora de ciudadanía. De lo contrario, con este y con el que venga seguirá el país en caída libre, con mayor pobreza, anarquía y dolor.

La “lealtad ciega” pedida por el Presidente solo puede ser entregada por mascotas y eunucos.

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