Milenio

Visto de lejos

- FERNANDO ESCALANTE GONZALBO

Hay cosas que se ven mejor de lejos. La semana pasada, el gobierno español llevó al parlamento una nueva ley general de educación. Se aprobó por un solo voto, en una sesión áspera, enconada. No era un tema urgente, desde luego no en las actuales circunstan­cias. O sea, que se pudo haber pospuesto la iniciativa para negociar con la oposición.

De hecho, parecería que lo más sensato hubiera sido procurar un acuerdo tan amplio como hubiese sido posible, para dar un poco de estabilida­d al sistema educativo. Si no por otra cosa, porque en los últimos 40 años ha habido en España

nueve leyes de educación: son tres generacion­es que no han terminado el ciclo educativo bajo una misma ley, y no parece muy razonable imponer otra más, que será derogada en cuanto se forme otra mayoría en el parlamento, en tres o cuatro años. Ni siquiera se intentó. La ley se redactó para que resultase inaceptabl­e para una buena parte de la sociedad, empezando por muchas escuelas: elimina los centros de educación especial, suprime el concurso de oposición para inspectore­s educativos, permite que se pase de curso sin límite de materias reprobadas, amenaza con desaparece­r la educación pública concertada.

Ni había ninguna prisa ni necesidad de una ley así. Todo indica que se quería precisamen­te eso, una ley conflictiv­a, que fuese aprobada por la mínima mayoría: una provocació­n para subrayar la existencia de dos bloques en el congreso. No es un desliz, sino un modo de gobernar: por eso es útil tratar de entenderlo.

En la situación actual: crisis sanitaria, crisis económica, con el parlamento partido en dos, lo sensato hubiese sido un gobierno de gran coalición, con solidez bastante para afrontar lo que viene. Pedro Sánchez ha hecho exactament­e lo contrario, ha formado una mayoría precaria y heterogéne­a para gobernar con los votos de quienes apoyaron el golpe de Estado en Cataluña, con quienes apoyaron

Lo sensato hubiera sido un gobierno de gran coalición, con solidez para afrontar lo que viene

y patrocinar­on a ETA, y siguen organizand­o festejos en honor de los asesinos: una alianza inaceptabl­e para los partidos constituci­onalistas (y que debería ser inaceptabl­e para el PSOE, pero ésa es otra historia). Aparte de eso, promueve precisamen­te los temas más divisivos, motivo de guerras culturales: baratas, estériles, interminab­les y en que es imposible negociar.

La estrategia consiste en mantener dos bloques en el congreso, hacer ostensible la brecha que hay entre ellos: hacerla insalvable. No es solo que gobierne para los suyos, sino que hace ostentació­n de que gobierna contra los otros, y con eso mantiene un estado de permanente agitación, y entre los suyos el miedo de que un día lleguen a gobernar esos otros. El resultado en salud, en economía, es desastroso, pero Sánchez sabe que mientras mantenga la polarizaci­ón los suyos no se lo tendrán en cuenta.

Se trata de mantener con sus electores un vínculo identitari­o —que deje fuera a los otros. Es el estilo de Donald Trump, Erdogan, Narendra Modi, el de un gobierno explícitam­ente faccioso, que se impone contra la mitad de la población. Puede ganar elecciones: es una cuidadosa siembra de vientos. Aparte de llamarlos populistas, habría que tratar de entender.

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