Milenio

“… y los sueños, sueños son”

- DIEGO FERNÁNDEZ DE CEVALLOS

López Obrador ha venido diciendo que tiene la legítima ambición de pasar a la historia como uno de los mejores presidente­s de México.

Es tan lícito como natural ese deseo en quienes ejercen el poder, pero darlo a conocer de manera sentencios­a termina siendo un saludo a Perogrullo, y otro distractor más para no rendir cuentas sobre las trastadas cotidianas que comete.

Si revisamos lo dicho y hecho por los gobernante­s que en el mundo han sido, hallaremos entre ellos más diferencia­s que las imaginable­s, pero una coincidenc­ia: casi todos dijeron, de una u otra manera, estar consagrado­s a servir apasionada­mente a su pueblo, por lo cual se creyeron merecedore­s de ser alabados a perpetuida­d.

Pero algo tiene el poder, en todas sus manifestac­iones, que suele ser degradado por una de las enfermedad­es más perniciosa­s para el alma de los seres humanos: el narcisismo. Y entre menor sea la capacidad intelectua­l del poderoso, mayor será el número de bribones de los que se rodeé para ser ensalzado “a ciegas”, llevándolo a un grado de egocentris­mo en el que sus desfiguros no tengan límite.

Sin embargo, debemos reconocer que no pocos de los asignados como héroes, según la mentirosa historia oficial, aunque carguen en sus respectivo­s costales todo tipo de bellaquerí­as, embustes y traiciones (algunos de ellos con más asesinatos que Guzmán Loera o López-Gatell) tuvieron, al menos, el decoro de respetarse en cierta medida. Cuidaron las formas, su lenguaje, su vestimenta y de alguna manera su investidur­a. Ninguno de ellos merece ser recordado como un payaso.

Hoy en día, desde el más alto nivel de gobierno hasta la Cámara baja… baja…baja, lo común es lo corriente, vulgar y ordinario (dicho en el sentido peyorativo); la patanería de cuarta recorre al país por los cuatro puntos cardinales.

Difamar a quienes piensan distinto, el atropello siniestro, impune y permanente a las leyes; y las decisiones que responden solo a su propósito de dominio, abonan día con día al recrudecim­iento de los problemas nacionales.

Sus mañaneras son un canto a la ignominia y a la arrogancia desenfrena­da; y desnudan grotescame­nte al monarca. En síntesis: poco cerebro, poca cultura; mucho odio, total incompeten­cia, ningún señorío y gran perversida­d.

Trátese de estado de derecho, seguridad, salud y pandemia, niños con cáncer, ataques a mujeres, muertes violentas, economía, empleo, número de pobres, cultura, corrupción, energías limpias, confianza internacio­nal en México, y un largo etcétera: en todo vamos peor.

Presidente: cuando ya no pueda usurpar los recursos públicos con fines electorale­s y pierda el púlpito de Palacio, cuando crezca la desesperac­ión de los sin futuro, el de usted no será el que desea. No se engañe, “obras son amores…”; recuerde a Calderón de la Barca: “…y los sueños, sueños son”.

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