Les quitamos vida a nuestros niños
Los niños en casa. Todo el día. Sin escuela y sin ir prácticamente a ningún lado por la necesidad de acatar las disposiciones sanitarias. Alguna ocasional visita a los amiguitos o a los primos, tal vez, y sanseacabó. No son los individuos de la especie más vulnerables al contagio del SARSCoV-2, pero bastaría con que un pequeño —uno solo, nada más— muriera para que nuestra conciencia de humanos mínimamente sensibles al dolor se viera estremecida. Así las cosas, los niños están viviendo una cotidianidad que ninguno de nosotros sobrellevó, amables lectores. Los más viejos guardamos la memoria de haber podido todavía jugar en la calle, despreocupados de cualquier amenaza salvo la de un coche que pudiere aparecerse súbitamente para obligar a un fugaz parón en el partido de futbol de barrio. Otros recordarán sucesos vividos en el salón de clases —el bobo de siempre haciendo preguntas necias, la maestra severa que metía miedo a todos, los tramposos copiando el trabajo de los demás en los exámenes, las alumnas aplicadas (mi experiencia escolar me lleva a la constatación de que ellas siempre son las mejores y a la subsecuente pregunta: ¿qué pasa después, por qué no mandan en el mundo?)— y esos recreos en los que se aparecía el caudillo de turno, secundado por su pequeña corte de pretorianos, para ejercer su amenazante poder y exigir tributo a sus súbditos, o en los que te encontrabas con el camarada que luego habría de ser tu amigo entrañable por el resto de tus días, o en los que te enzarzabas con algún rival que te soltaba la aterradora sentencia de que “a la salida nos vemos” y el resto de las clases —la indescifrable de Química, la no menos intimidante de Matemáticas y la única, Etimologías Latinas, en la que lograbas engancharte parcialmente— lo pasabas atenazado por el terror del trámite que se te venía encima, la salvaje pelea a puño limpio que no habías tenido la habilidad de eludir. Vivencias, todas ellas, que te llevaban a descubrir el mundo y que terminaban por proporcionarte las habilidades sociales necesarias para negociar con los canallas y lidiar con los oportunistas pero, también, para reconocer a los compañeros generosos y competir en buena lid con tus iguales. ¿Les estamos quitando todo eso a nuestros niños? ¡Uf!
Los viejos guardamos la memoria de haber podido jugar en la calle