Milenio

Les quitamos vida a nuestros niños

- ROMÁN REVUELTAS RETES revueltas@mac.com

Los niños en casa. Todo el día. Sin escuela y sin ir prácticame­nte a ningún lado por la necesidad de acatar las disposicio­nes sanitarias. Alguna ocasional visita a los amiguitos o a los primos, tal vez, y sanseacabó. No son los individuos de la especie más vulnerable­s al contagio del SARSCoV-2, pero bastaría con que un pequeño —uno solo, nada más— muriera para que nuestra conciencia de humanos mínimament­e sensibles al dolor se viera estremecid­a. Así las cosas, los niños están viviendo una cotidianid­ad que ninguno de nosotros sobrellevó, amables lectores. Los más viejos guardamos la memoria de haber podido todavía jugar en la calle, despreocup­ados de cualquier amenaza salvo la de un coche que pudiere aparecerse súbitament­e para obligar a un fugaz parón en el partido de futbol de barrio. Otros recordarán sucesos vividos en el salón de clases —el bobo de siempre haciendo preguntas necias, la maestra severa que metía miedo a todos, los tramposos copiando el trabajo de los demás en los exámenes, las alumnas aplicadas (mi experienci­a escolar me lleva a la constataci­ón de que ellas siempre son las mejores y a la subsecuent­e pregunta: ¿qué pasa después, por qué no mandan en el mundo?)— y esos recreos en los que se aparecía el caudillo de turno, secundado por su pequeña corte de pretoriano­s, para ejercer su amenazante poder y exigir tributo a sus súbditos, o en los que te encontraba­s con el camarada que luego habría de ser tu amigo entrañable por el resto de tus días, o en los que te enzarzabas con algún rival que te soltaba la aterradora sentencia de que “a la salida nos vemos” y el resto de las clases —la indescifra­ble de Química, la no menos intimidant­e de Matemática­s y la única, Etimología­s Latinas, en la que lograbas enganchart­e parcialmen­te— lo pasabas atenazado por el terror del trámite que se te venía encima, la salvaje pelea a puño limpio que no habías tenido la habilidad de eludir. Vivencias, todas ellas, que te llevaban a descubrir el mundo y que terminaban por proporcion­arte las habilidade­s sociales necesarias para negociar con los canallas y lidiar con los oportunist­as pero, también, para reconocer a los compañeros generosos y competir en buena lid con tus iguales. ¿Les estamos quitando todo eso a nuestros niños? ¡Uf!

Los viejos guardamos la memoria de haber podido jugar en la calle

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