Rafael Pérez Gay
“Me pregunto si todos somos nuestro más fiel biógrafo”
Me pregunto si todos somos nuestro más fiel biógrafo. Seguramente no, pero si tuviera que empezar mi autobiografía en estos días de miedo y pandemia empezaría con una frase robada: odio la noche. Empezaría ese informe personal en el momento oscuro en el cual un reloj interno me arroja a la vigilia a las cuatro y media de la mañana. A esa hora se puede contar la vida. Se puede empezar por la gastritis, el dolor de cabeza, todo lo que no dijimos en el día, lo que callamos, de eso tratan las autobiografías.
En la alta madrugada recordé que en su libro Vidas escritas, Javier Marías cuenta que los diarios de Mann son temiblemente serios y muy poco sintéticos: todo lo que le ocurría le parecía digno de ser registrado, desde la hora en que se levantaba hasta el tiempo que le tomaba cada una de sus actividades, pasando por lo que leía y sobre todo lo que escribía. Los diarios de Mann, agrega Marías, parecen escritos por alguien dispuesto a facilitar a la posteridad la minuciosa reconstrucción de sus incomparables jornadas y no los escritos de alguien interesado en opinar secretamente sobre su vida cotidiana.
Con el perdón de Thomas Mann, sé que los informes autobiográficos no deben extenderse. Yo escribiría en el primer capítulo un fragmento breve en el cual hablo con mi madre: ambos tenemos 63 años. Ella ha llegado a esa edad delgada, bien peinada, vestida con pulcritud, su pequeña estatura le da un toque de medida elegancia. Siempre irradiaba serenidad, aunque en este encuentro se encuentra desconcertada: ¿qué hacemos aquí tú y yo con la misma edad, si tu eres mi hijo y naciste cuando yo tenía 40 años? En mi autobiografía, le respondo que la noche nos ha unido una sola vez, como la magia, que ocurre como una ráfaga y es irrepetible.
Mi madre, siempre haciendo comparaciones, me dice: tienes la barba blanca, el pelo entrecano, te pareces a tu padre. ¿Cómo te ha tratado la vida? Le respondo sin énfasis: bien. ¿Y a ti?, le devuelvo la pregunta, les recuerdo que los dos tenemos la misma edad. Ella responde: yo no sé de tu futuro, pero tú sí conoces el mío, escríbelo en tus textos, o memorias o diarios o como les quieras llamar. Tú sí lo sabes.
A mamá le pudo ir mejor en la vida, así empieza mi autobiografía en la oscuridad de las cuatro y media de la mañana.
“Yo no sé de tu futuro, pero tú sí del mío, escríbelo en tus textos”