“El silencio del desierto en los balcones de Barcelona”
El Siroco, el viento del sur, ha traído estos días, a Barcelona, arena del desierto del Sahara. Cada vez que llueve, la calle y los techos y los balcones quedan cubiertos por el desierto.
Dentro de este fenómeno climatológico se esconde un mensaje, que viene del siglo XIV, de los monasterios del Monte Athos, en Grecia: para escapar del ruido del siglo XXI, que todo lo perturba, hay que dejar crecer el desierto interior, un espacio de silencio que nos permita averiguar qué somos y hacia dónde vamos.
Los padres del desierto viajaban al Sahara desde el Monte Athos, se perdían durante semanas o meses en la arena, en el silencio, en esa apabullante nada que los hacía hurgar dentro de sí mismos. Además del silencio y la nada el desierto les enseñaba la transitoriedad, la fugacidad de la vida que ya había visto Heráclito en la corriente de un río, porque la arena se mueve permanentemente, las dunas cambian todo el tiempo de lugar, pierden la línea y se reconforman continuamente de otra manera, exactamente igual que lo hace la realidad que nos rodea.
Fundamentados en esa experiencia los padres del desierto implementaron la oración hesicasta, una forma de meditación a la que se llega repitiendo rítmicamente una fórmula verbal, Kyrie Eleison repetían ellos, y ajustaban su respiración al ritmo que les había enseñado el desierto, o al de las olas del mar que veían desde el monasterio.
Estos padres se llevaban dentro el desierto, un espacio de silencio donde se producía la hesykía, la quietud, la tranquilidad absoluta, que es el mismo espacio al que llegaron, con otros métodos, Filón de Alejandría, Epicuro, Plotino y hasta Carlos Castaneda; la hesykía es una forma de la ataraxia y del silencio interior que practicaba don Juan, el brujo yaqui.
A partir de la repetición, de la respiración y la concentración, de la voluntad de escapar del ruido, cualquiera puede experimentarlo; no hay que salir a buscarlo, el desierto ya está en nosotros, sólo hay que dejarlo crecer.