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Gil no quiere engañar a nadie (o bueno, sí, pero no ahora), el Canelo Álvarez nunca ha sido santo de su devoción boxística: tiene pegada, cierto, pero no es fino y tampoco fajador, le falta el honor del guerrero

- GIL GAMÉS gil.games@milenio.com

Gamés lo decidió con el hierro forjado de su vieja afición por el box. Apuntó en su mente un mensaje que decía así: sábado por la noche, ver la pelea del Canelo Álvarez contra el turco Avni Yildirim, retador a la corona de los supermedia­nos. Ahora en el box hay más divisiones que novelistas que desean contar su vida. Pasó el día sin mucho que recordar hasta que llegó la noche y Gilga se repantigó en el mullido sillón de su amplísimo estudio. Televisión es un decir, Gamés posee una pantalla muy grande, en un descuido un gancho del Canelo se sale de la tele y rompe la lámpara.

Gil no quiere engañar a nadie (o bueno, sí, pero no ahora), Álvarez nunca ha sido santo de su devoción boxística: tiene pegada, cierto, pero no es fino y tampoco fajador, le falta el honor del guerrero.

Gamés recordó los días en que el sábado por la noche, en el Canal 4, veía las peleas transmitid­as desde el embudo de las calles del Perú. Eran golpizas de jóvenes y prometedor­es boxeadores.

En ésas estaba cuando empezaron las peleas preliminar­es. En alguna pudo verse algo de box. El suplicio dio inicio: tres mil anuncios publicitar­ios, la pantalla invadida de coches, camionetas, cervezas, ambiciones, sueños imposibles. La pelea tuvo lugar (así se dice) en Miami. ¿Y el covid? No se veía nada, nadie informó. Pero no nos desviemos. La pelea estelar de la noche estaba a punto de dar comienzo.

¿Qué es esto?

No es que Gil sea ortodoxo, pero Dios de bondad: hielo seco, fuegos artificial­es, reguetoner­os gritando letras infames. ¿Ya no hay valores? Y claro: más y más anuncios publicitar­ios. ¿Y el box?

Gilga viene de una época en la cual el box era algo serio y el centro del espectácul­o. Así asistió Gil a ver las peleas de Chucho

Castillo, El Famoso Gómez, Rafael Herrera. Vio de cerca tirando golpes certeros y sobredosis de cuero a mansalva a Ultiminio Ramos y Mantequill­a Napoles. Los años le permiten recordar a Gamés al

Alacrán Torres en aquel famoso combate contra Chartchai Chionoi, un intercambi­o salvaje que ganó Efren Torres. Narraba Tony Andere y los anuncios consistían en unas palabras escritas en la parte baja de la pantalla: “Coca-Cola refresca la vida”. Con decirles que Gil vio pelear al Pulgarcito Ramos, aquel peso completo. Del Macetón Cabrera, ni hablemos. Unas muchachas anunciaban el round llevando en lo alto un cartón con el número.

Y Gil tuvo tiempo de ver a Vicente Saldívar, al Púas Olivares, a Márquez, esas peleas con Pacquiao, la sangre goteando de las cuerdas. Y desde luego, Gamés siguió al más grande de todos los tiempos: Julio César Chávez.

Canelo y un flan

En el tiempo en que el box era box, resultaba escandalos­o que a un campeón le pusieran enfrente a un bulto como Yildirim. El turco llevaba dos años sin una pelea profesiona­l. Gil no ignora que se trata de una defensa a la que alguna de las asociacion­es lo obligó. Un timo. Un fiasco en el encordado. En tres rounds despachó al turco a quien deben ofrecerle un entrenamie­nto en el Gimnasio Nuevo Jordan, allá en Buen Tono, templo de las guantazos, de jóvenes pobres que sueñan con triunfar. No somos nada, o sí: espectácul­o y simulacro.

Salida

El tamaño del fraude boxístico le dio tiempo a Gilga para pensar si Félix Salgado Macedonio va o viene. No se entiende, o sí y todo ha sido un montaje de Morena. Resulta que Salgado es y no es candidato a la gubernatur­a de Guerrero. La Comisión de Honor y Justicia de Morena dice que se repondrá el procedimie­nto de selección, pero que él es todo un caballero y lo exculpa de “los agravios”. Si, lectora, lector, lectere, Salgado ha sido agraviado. Cínicos. Gil renuncia a comprender este embrollo: o los morenistas hilan muy fino o en su telar ponen mecate para hacerle una cobija a Salgado. ¿Alguien que le explique a Gil? ¿Los dirigentes de Morena requieren de un psiquiatra?

Por lo demás, Gil se solidariza con todos los periodista­s injuriados, cada mañana, en Palacio Nacional.

Todo es muy raro, caracho, como diría H. L. Mencken: “Para todo problema humano hay siempre una solución fácil, clara, plausible y equivocada”. Gil s’en va

Desde luego, Gamés siguió al más grande de todos los tiempos: Julio César Chávez

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