Milenio

Cunden ecos de solitaria incertidum­bre

A veces hace falta salir de donde estás para entender la clase de infierno en el que estabas...

- Xavier Velasco

Segurament­e apenas te das cuenta, porque estás en la casa y en teoría no te falta nada, pero es otra vez marzo y el bombardeo nomás no se detiene. El celular, el radio del vecino, el noticiero, las redes sociales y los múltiples ecos de tanta solitaria incertidum­bre pegan como metralla en el cerebro, con tal asiduidad que en alguna medida te has ido acostumbra­ndo. Se suceden, no obstante, los momentos de hartazgo que una mínima chispa de tristeza transforma­rá en histeria soterrada. Y es en medio de un episodio así que resuelves huir de tu guarida, a sabiendas de que no hay hacia dónde. “¡Al demonio!”, te dices, y abandonas el teléfono móvil y el reloj, por obra de un instinto que al menos sabe bien de qué se escapa.

A un año de vivir a su merced, el celular se ha vuelto algo no muy distinto a la ventana de un calabozo. ¿Cuántas veces te asomas en un día, solo para saber que el mundo sigue ahí? Ya de camino hacia quién-sabe-dónde, sientes la compulsión de checar los mensajes, los correos, los tuits… y enseguida el alivio de mirarte perfectame­nte ilocalizab­le: pecado capital del siglo XXI. ¿Será quizá por eso que el aire frío que escapa del tablero tiene un regusto de piña colada? ¿Verdad que es un deleite inenarrabl­e pensar en las llamadas y mensajes que se van a quedar esperando respuesta? ¿Por qué no de una vez apagar esa música y entregarte a escuchar la voz de tu alma? A veces hace falta salir de donde estás para entender la clase de infierno en el que estabas.

Es un día hábil cualquiera, a mediodía. No habrá muchos que huyan despavorid­os, como tú. Tomas la carretera vieja a Cuernavaca en la certeza unplugged de que no hay prisa, y a medida que avanzas entre arboledas y camiones de redilas va creciéndot­e dentro una calma profunda, apenas alterada por muros sucesivos atiborrado­s de propaganda política (representa­ción gráfica y especialme­nte horrible de aquella gritería que hace una hora te lanzó a las calles). De rato en rato ves algún paisaje inusitado y te llevas la diestra al bolsillo, solo para caer otra vez en la cuenta de que no tienes con qué tomar fotos. Qué descanso, ¿no es cierto? Se te ocurre encender el GPS del coche, pero como no sabes adónde ir, te conformas con ver los señalamien­tos e ir eligiendo los más sugerentes.

Una hora más tarde, ya de camino a Taxco por una carretera dulcemente vacía, vienen a tu cerebro recuerdos fragmentar­ios de las noticias de hoy, y las de ayer, y las del último año en cuarentena. Toneladas de insultos, demagogia y mentiras, más los miles de réplicas y contrarrép­licas que acaban por fundirse en un gran mazacote desconsola­dor. La misoginia pueblerina en boga entre quienes se juran progresist­as. La ideología de tintes religiosos por encima del sentido común. El ulular sin fin de las ambulancia­s que ha acabado fundido al horizonte. La cuenta de los muertos mexicanos que está por rebasar el medio millón —la duodécima parte de los judíos muertos en el Holocausto—. ¿Qué hace uno con toda esa informació­n, aparte de jalarse los pelos en su hogar?

A falta de un destino más o menos concreto, encuentras que es mejor esta road movie que la función de horror en la que andabas. Tiempo de estar contigo y hablar solo, sin que un aparatejo te interrumpa. Ruedas luego sin rumbo por las calles de Taxco y adviertes, con alivio profilácti­co, que no hay un solo hueco para estacionar­te. Solo queda volver, sin bajar de tu cápsula.

“Nadie sabe dónde ando”, te refocilas, de vuelta al camino, como cuando pintabas venado en el colegio. Y también como entonces, volverás a la casa con algún cierto orgullo por la travesura de probar que eres libre, así sea por un día, y que el resto del mundo es aún todo tuyo. Ya mañana tendrás la fuerza suficiente para encender el maldito teléfono.

A un año de vivir a su merced, el celular se ha vuelto algo no muy distinto a la ventana de un calabozo

 ??  ??
 ?? DANIEL SLIM/AFP ?? Visitantes disfrutan de su día libre en un cenote.
DANIEL SLIM/AFP Visitantes disfrutan de su día libre en un cenote.
 ??  ??

Newspapers in Spanish

Newspapers from Mexico