Milenio

Amos Oz responde

El libro de los saberes. Conversaci­ones con los grandes intelectua­les de nuestro tiempo contiene una larga entrevista con uno de los escritores que más frecuenta Gil. Aquí va un navío cargado de este gran autor israelí

- GIL GAMÉS gil.games@milenio.com

Gil cerraba la puerta de otra semana de pandemia y caminaba sobre la duela de cedro blanco cabizbajo y meditabund­o (éstas dos palabras siempre deben ir juntas). Con el alma en los pies sacó al azar un tomo:

El libro de los saberes. Conversaci­ones con los grandes intelectua­les de nuestro tiempo de Constantin von Barloewen

(Siruela, 2008). Abrió el volumen y de inmediato apareció un título: “Me gusta el desierto y soy un hombre de la periferia”, una larga entrevista con Amos Oz, uno de los escritores que más frecuenta Gil. Aquí va un navío cargado de este gran escritor israelí.

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Yo no creo que mis libros estén ahí para explicar Israel al resto del mundo. A mi juicio lo que actúa aquí es la magia de la literatura. Cuanto más carácter local tiene, cuanto más provincian­a es, más puede acceder a lo universal. Es ahí donde está su magia. Cuando pretende ser internacio­nal, no llega a ninguna parte.

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En cierto modo, tenemos un hojaldre de secretos, capa tras capa, y si todos leemos libros procedente­s de otros países, de otras culturas y de otras épocas, es para descubrir en qué medida la gente es parecida a nosotros y en qué es totalmente distinta de nosotros.

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El desierto me ha ayudado a ponerlo todo en su justa proporción. Desde hace ya muchos años tengo la costumbre de empezar mi jornada dando un pequeño paseo por el desierto, muy temprano, a primera hora de la mañana. Veo esas colinas y esos valles, que no han cambiado desde hace quince mil años. Luego vuelvo a casa, me tomo un café, enciendo la radio y oigo a los políticos repetir “jamás”, “para siempre”, “para toda la eternidad”, y sé que esas piedras que están allá afuera no pueden sino reírse, pues la eternidad del desierto es diferente de la eternidad de los políticos. El desierto es para mí una gran fuente de sana humildad.

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En cierto modo me considero un poco como un experto en materia de familias, pues el tema principal de todo lo que he escrito desde hace cuarenta años, de casi todas mis novelas, de casi todos mis relatos, puede expresarse con una palabra: “familia”.

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Encuentro que la familia es la más rara, la más misteriosa, la más paradójica de todas las institucio­nes de la historia, y al mismo tiempo la más poderosa.

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Ninguna religión vive una relación feliz con la democracia. Ninguna fe puede coexistir con el pluralismo y la tolerancia. Hay aquí una especie de tensión. Pienso que el judaísmo es en principio una religión más fácil que el cristianis­mo o el islam, pues tiene una larga tradición de debate. Es más, los judíos tienen una larga tradición de debate con Dios, de oposición y desafío a Dios.

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Para mí el humor es un curandero y un redentor. He estudiado el fanatismo toda mi vida. Soy un gran experto en la materia, y si me promete tomarse con humor lo que voy a decirle, le diré que hasta creo haber inventado el principio del remedio, del tratamient­o contra el fanatismo. Ese tratamient­o es el sentido del humor. Si pudiera meter sentido del humor en cápsulas y hacer que poblacione­s enteras tomaran mis cápsulas de humor, podría aspirar al premio Nobel, no de literatura sino de medicina. Pero confieso que mi idea de hacer que todo el mundo tomase mis cápsulas de humor resulta, por su parte, un poco fanática. El fanatismo es muy contagioso, se puede contraer sólo con combatirlo.

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El humor es la facultad de ver una determinad­a situación no sólo como se muestra ante nuestros propios ojos sino también como se muestra a los de otro. El uno y el otro son la mujer y el marido, los israelíes y los palestinos, los ricos y los pobres. El sentido del humor es la facultad de ver las dos caras de la moneda.

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Como todos los viernes de pandemia, Gil toma la copa consigo mismo. Mientras sirve en un vaso corto un chorro de Glenfiddic­h 15, leerá en voz alta esta frase de Amos Oz: “Tengo una esperanza sencilla. Espero que las personas lleguen a dejar de matarse unas a otras, que dejen de morir para ponerse por fin a vivir”.

Gil s’en va

“El judaísmo es en principio una religión más fácil que el cristianis­mo o el islam”

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