Quiero la cabeza de Isela Vega
Nadie recuerda las tramas, solo su desafío a la moral de ese tiempo
Con la muerte de Isela Vega desaparece uno de los símbolos sexuales más notorios del cine nacional. Sus películas eran un escándalo: la desnudez y la belleza, el erotismo y la sexualidad desaforada. Aquello era un estruendo. En el cine México, en el Metropólitan, en el Orfeón, en el Savoy, Isela se quitaba la ropa ante una sociedad aún temerosa de los cuerpos desnudos en la pantalla.
Estamos en los años setenta: El llanto de la tortuga, Celestina, La india, Cara al sol que más calienta, María la santa, Muñecas de medianoche, Las cariñosas. Nadie recuerda las tramas, solo el cuerpo inigualable de Isela Vega y su desafío a la moral de ese tiempo.
Echeverría había destruido al país y López Portillo terminaría por pulverizarlo, pero teníamos a Isela. Un grupo de amigos la seguíamos concupiscentes por todas las salas cinematográficas. Isela Vega logró perturbar, trastocar, incitar al menos a dos generaciones de soñadores.
Isela Vega era un imán, electrizaba en unos segundos. Sí, hoy dirán que se cosificaba a la mujer y tal vez sea verdad. Solo a condición de que Dietrich, Monroe o Garbo hayan sufrido el mismo suplicio. Acá era la raza, el grito de “pelos”, el insulto machista desde la butaca y el triunfo de Isela en el escenario.
Como en otras ocasiones, Monsiváis supo ver algo nuevo y rebelde en Isela Vega como representante de la cultura popular. En Amor perdido escribió una buena crónica: “¡Viva México hijos de la decencia! (Del Nuevo estatus de las malas palabras)”.
Los escenarios hierven en gratitud, 500 representaciones de Juegos
de amor, basada en una pieza de Wilberto Cantón. Nunca pudimos ver esa obra de teatro (es un decir), nos arrancábamos los pelos de desesperación. ¿Escribí pelos? Isela Vega se rifó en carpas y caravanas, acompañaba a Paquita la del Barrio, a Paco Sañudo. Aprendió el idioma de la ironía, de la defensa. En los teatros se oía: “aviéntame el recto y yo te lo cabeceo”. De esas aguas emergió Isela Vega.
Y ya en plan de ponerse al tú por tú con el público carpero les gritaba en el desafío de cada noche: “Y todo esto me lo gané con mi culitito trabajo”. Qué ganas de regresar el tiempo y volver al cine México una tarde a ver Muñecas de media noche.