¿Desaforadamente exigentes… con la oposición?
Aquienes descalifican a la oposición que tenemos en México les podríamos hacer una primerísima pregunta: ¿Van bien las cosas bajo la tutela de la 4T? O sea, ¿hay menos corrupción? ¿Ha disminuido la pobreza? ¿Hay más seguridad? ¿Se les han brindado apoyos a las pequeñas empresas familiares para que puedan sobrellevar los embates de la epidemia sin ir a la quiebra? ¿Las estrategias sanitarias para enfrentar el SARS-CoV-2 han sido las adecuadas? ¿Hay siquiera unas remotas probabilidades de que la economía crezca en un futuro próximo? ¿Está bien que la electricidad se genere quemando carbón y combustóleo en lugar de producirla con la fuerza del viento y la energía del sol? ¿Los mexicanos disfrutan de mayor bienestar? ¿Es bueno que hayan caído los índices de inversión extranjera y que se cancelen proyectos?
Podríamos plantear otras muchas interrogantes en el intento de desenmarañar la lógica de quienes, confrontados a esta realidad, no encuentran mejor cosa que seguir con el rosario de rechazos, denostaciones y condenas a las fuerzas políticas que no gobiernan en estos momentos. No venimos del mejor de los mundos, es cierto: el régimen de Peña y los suyos se caracterizó por consentir escandalosos niveles de corrupción y la frivolidad fue una de las marcas de la casa. Pero, más allá de que haya recibido en las urnas el castigo que merecía y de que la voz del pueblo soberano se haya hecho escuchar, ¿estamos realmente mejor ahora? La cuestión es absolutamente decisiva y de carácter perentorio porque lo que estaría en juego es precisamente la consolidación de esta deriva destructiva –no es un exceso calificarla así, estimados lectores, porque en la empresa de combatir presuntamente la corrupción se han tomado medidas descomunalmente drásticas y, a su vez, pretextando la necesidad de un gobierno austero se han recortado los presupuestos para la ciencia, la cultura y la salud, por no hablar de los recursos que necesita el aparato gubernamental para operar con una mínima eficacia— al no existir en el Poder Legislativo un sector opositor para contrarrestarla.
De eso se trata el asunto, no de seguir repudiando a los partidos que nos gobernaron en el pasado y cuyos actuales representantes son, en los hechos, los únicos que pudieren recomponer un poco las cosas. Durante demasiados años conllevamos las inclemencias del presidencialismo a ultranza: el Legislativo y el Ejecutivo estaban enteramente sometidos a la voluntad del primer mandatario y apenas con las reformas que emprendió el propio régimen priista, a pesar de todos los pesares, pudimos ir transitando hacia una democracia más efectiva, así de imperfecta como fuera.
La oposición tiene el peso y la sustancia que los votantes quieran darle. No debiéramos negarle, nosotros mismos, el reconocimiento que necesita.
Con las reformas que emprendió el régimen priista pudimos ir a una democracia efectiva