Sumisas, pero productivas
Yel Día de la Mujer se convirtió en la Semana de las Mujeres, versión Chilangolandia, y cabe recordar a todas esas doñas que temprano, muy de madrugada, se trasladan desde el oriente metropolitano para ejecutar la diversidad de quehaceres que los urbananitas de la gran metrópoli requieren para que ésta funcione debidamente, y desbordan desde tempranito las pecerdas y microbios que las trasladan hasta el metro más cercano a su corazón; atiborran explanadas, laberintos armados con tubos férreos, paraderos y colman los andenes del monstruolitano y por el túnel, tururú-tururú, el convoy se desplaza y las acerca a su destino laboral, donde por una miseria salarial aplicarán su fuerza de trabajo para enriquecer a los menos y mantener a los más.
Obreras, dependientas, maquiladoras, comerciantes, maestras, estudiantes, cocineras, albañiles, bordadoras, en todos los oficios se les mira dedicadas, cuidadosas, aplicadas, laboriosas, desplazando incluso a machines (que antes se sentían los meros-meros petateros del oficio), porque demostraron que las podían y con creces, aguantando el maltrato en los andenes, en los camiones, los toqueteos infames, los salarios disminuidos por ser mujer, y por si fuera poco antes de salir del hogar ya dejaron el desayuno listo para la prole, y despacharon al marido bien desayunado, y tendieron la ropa que por la noche llegaron a lavar y además accedieron al rapidín-rapidín para que aquel no ande de cusco buscando calor de otro fogón, faltaba menos.
Y aprendió que la mentada Incorporación de la Mujer al Desarrollo era para el bienestar de otros, a costa de su mínima sobrevivencia: malcomida, malvestida, malatendida en muchos aspectos, y por eso y más las que marchan en las calles no se quieren ver como mujeres de triple jornada y claman contra lo que consideran producto del abuso patriarcal y son malvistas por los machines que desde los medios y las redes sociales las pretenden siempre ojerosas y pintadas y sumisas, pero productivas, integradas a la masa que arrastra los pies por los andenes, shasha-sha, cabizbajas, somnolientas, sin desayunar, sha-sha-sha, y al retorno cansadas, maltrechas, de pocas pulgas, atiborradas en los vagones del metro, haciendo cola en las paradas de los autobuses, aún con prisa porque hay que ver a la familia, ojalá estén bien, que hayan hecho sus tareas, que no se tiren a la vagancia los hijos, que salgan gente de bien y ella no se vea inundada de quejas y reclamos cuando lo que desea es llegar y aventar los zapatos y tirarse en la cama aunque sea un ratito para despuecito revisar tareas escolares, supervisar el orden hogareño, cerciorarse que no falte la despensa y prepararse para mañana, ese mañana en que ai Diosito dirá: hay que planchar la ropa que vestirán, dejar algo de comida para que los vástagos desayunen y coman, darle de comer a la lavadora para que no se acumule el montón de ropa sucia, que no se olviden de llenar el tanque de gas ni de ir a comprar las tortillas, no dejen al gato sin sus pellejos, como ustedes ya comieron se les olvida que el minino también tiene esa mala costumbre, no sean así: acomídanse, ayuden, ¿creen que no me canso?
Las que marchan en las calles claman contra aquello que consideran producto del abuso patriarcal
* ESCRITOR. CRONISTA DE NEZA*