La inutilidad de preocuparse
Hay en la Biblia un interesante alegato contra la preocupación. Lucas dice que nos embota la mente igual que lo hacen el vicio y la embriaguez (Lc, 21-34). Quien anda preocupado va por la vida aturdido y obnubilado, como un borracho.
Mateo, por su parte, pregunta: “¿Quién de vosotros, a fuerza de preocuparse, podrá añadir una hora al tiempo de su vida?”, y remata diciendo: “no os preocupéis por el mañana, porque el mañana traerá su propia preocupación” (Mt, 6, 25-34).
La preocupación es ruido en la cabeza, el ruido de nuestra propia voz regresando una y otra vez sobre lo mismo; “nada, ninguna preocupación tiene ni un gramo de bueno. Es increíble hasta qué punto podemos dejarnos atrapar por ellas cuando todo lo que nos ofrecen es claramente nocivo”, escribe Pablo d’Ors en su ensayo
Biografía de la luz (Galaxia Gutenberg, 2021).
La preocupación no sólo es nociva e inútil, también es pretenciosa, el preocupado pretende controlar lo que va a suceder, ignora que todo cambia permanentemente, y de manera incontrolable, como nos advirtió Heráclito en su tiempo y como nos enseña Lao Tse en el Tao Te King.
En el tema de la preocupación, y no sólo en este, Lucas y Mateo, y esto es tanto como decir Jesucristo, entroncan con la filosofía presocrática y con la sabiduría oriental; recomiendan lo mismo que Demócrito de Abdera, el Bhagavad-guita y don Juan Matus, el maestro de Carlos Castaneda: es necesario despreocuparse, concentrarse en el presente y desterrar la pretensión de controlar lo que puede venir, y esto se consigue sólo silenciando la cabeza, suspendiendo el diálogo interior, diría don Juan.
Poralgoseráquetodosestosmísticos,digámosloasí,desdeJesucristohastadonJuan,llegaronalamismaconclusión:lavíadeescapeesel silencio, todo un reto en esta época pues nunca nuestra especie había vivido en medio de tanto ruido. Cada quién sabrá cómo conquista ese silencio,simedita,sisemeteenuna cuevaeneldesierto,siseconcentra enlahojadeunárbolhastaquesedisuelvalapreocupación._