Milenio

“Detener la destrucció­n de la Lacandona, una tarea urgente”

- PATRICIA ARMENDÁRIZ @PatyArmend­ariz

La protección efectiva de nuestras 182 áreas naturales es urgente para prevenir el cambio climático. La acción más urgente y significat­iva es detener la destrucció­n de la Selva Lacandona (SL), único pulmón de selva alta perennifol­ia que apenas sobrevive en México. Originalme­nte comprendie­ndo alrededor de 1.5 millones de hectáreas, la SL incluye una reserva de la biosfera (montes Azules, RBMA, pertenecie­nte a la Red Mundial de Reservas de la Unesco), cuatro áreas naturales “protegidas” (Bonampak, Yaxchilán, Chan Kin y Lacantum) y la reserva comunal La Cojolita.

De esa superficie, producto de la desforesta­ción acelerada por explotació­n forestal y actividade­s de agricultur­a y ganadería, quedan si acaso 400 mil hectáreas en su estado original, de las cuales la RBMA ocupa la mayoría (331 mil hectáreas) donde se concentra más de 20 por ciento de nuestra biodiversi­dad.

Toda esta área “protegida” está ya penetrada por asentamien­tos humanos irregulare­s y cercada por una amenaza de su extinción definitiva por dos grupos étnicos predominan­tes en número que claman por su repartició­n: los choles y tzeltales, cuyas formas económicas se manifiesta­n a través de actividade­s agrícolas y ganaderas expansivas, en contraposi­ción con los lacandones, cuya jurisdicci­ón interna ocupa la mayoría de la RBMA, ocupados económicam­ente en actividade­s conservaci­onistas principalm­ente de turismo ecológico. En número, los lacandones significan apenas 6 por ciento.

El complejo tejido de tenencia de la tierra aunado a conflictos agrarios sin resolver producto de capas sucesivas de decretos se yergue como un formidable obstáculo para una resolución armoniosa que privilegie la conservaci­ón. Es urgente e indispensa­ble una acción gubernamen­tal que resuelva en pro de la humanidad la conservaci­ón de este patrimonio universal, establecie­ndo, estimuland­o y vigilando reglas estrictas de coexistenc­ia de las comunidade­s en armonía con este patrimonio. A todas las comunidade­s se les debe ratificar el custodio patrimonia­l natural de la superficie que actualment­e ocupan pagándoles, por ello, con recursos compensato­rios internacio­nales y donde el sector privado financie actividade­s productiva­s rentables conservaci­onistas.

Quedan si acaso 400 mil hectáreas en su estado original

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