El sismo y rolas de película
Buscaba anoche una cita específica sobre la música en el cine, subrayada en alguna noche de desvelo sobre las páginas de La Habana para un infante difunto (Club Internacional del Libro,
Universidad de Alcalá, 1979) acaso una década atrás o más, cuando la alarma sísmica me lanzó a la azotea de MILENIO y me distrajo de mi rastreo.
Todo comenzó porque el teclado de “A Whiter Shade of Pale”, pieza que Adolfo Fernández Zepeda presentaba en Radio Universal como “Una pálida sombra”, trajo aquel episodio de la trilogía Historias de Nueva York (1989), el firmado por Martin Scorsese, en el que un enamoradizo, maduro y gruñón pintor interpretado por Nick Nolte se prenda de la hermosa chica en la piel de Rosanna Arquette, una rubia coqueta que se transforma en eso que Giacometti llamaría su “desmesura”.
Si la canción de Procol Harum tiene una fuerza propia y no puede faltar en las clasificaciones top ten del género, su irrupción exacta desde una grabadora a la que el artista despreciado aplica el “play” con toda furia, en medio de pincelazos desordenados de un colorido explosivo, origina que sea provista de un poder inigualable, convirtiendo la sala de cine de entonces en una cápsula músico-cinematográfica de resonancias épicas.
Hay rolas así, himnos que adquieren nuevos significados sea con nuevas versiones de mayor poderío, ese que suele dar una gran voz o una guitarra metalera, sea con su injerencia oportuna en un momento climático de algún filme, como “The End” de los Doors en Apocalypse Now (1979), de Francis Ford Coppola, o “Paint it Black” de los Stones en el remate de The Devil’s Advocate (1997), con Al Pacino festejando que la vanidad es su pecado favorito, bajo la dirección de Taylor Hackford.
El caso es que no hubo tiempo de rastrear la cita de Cabrera Infante, pero no todo por el temblor, pues es una obra tan divertida sobre ese joven y a veces fallido donjuán habanero que donde pones el ojo hay una frase perfecta, una anécdota hilarante y una erudición que te atrapa yendo de la poesía a la pantalla y del relato a la historia.
Donde pones el ojo hay una frase perfecta, una anécdota hilarante y una erudición que atrapa