Panamericana del 95
Ese equipo tenía un valor relativo en los despachos, pero absoluto en el campo
En la historia de nuestras selecciones nacionales existe una de la que no se habló mucho, apenas gozó de cobertura y tiene escasa huella digital. Muy pocos se acuerdan de ella, pero su futbol fue la continuación a escala juvenil, del paso al frente que México dio en la Copa América del 93.
La selección Panamericana del 95, para mi gusto y para mi recuerdo, es una de las más brillantes que tuvimos. Los términos “preolímpico” y “panamericano” asociados al futbol, parecen no tener valor. Hay quien piensa que esta categoría limitada por la edad representa un nivel inferior de calidad. Pero aquel equipo que peleó por el oro en los Panamericanos de Mar del Plata demostró que su categoría tenía ese valor relativo en los despachos, pero absoluto en el campo.
Dirigida por Guillermo Vázquez padre y Javier Aguirre, hombres clave de Mejía Barón, tenía el estilo, la personalidad, la identidad y las cosas claras. Por primera vez en mucho tiempo, la selección juvenil jugaba igual que la mayor. México fue el mejor equipo de un torneo en el que los favoritos, Argentina y Brasil, confirmaron que había un nuevo rival continental.
Reforzada por Luis Hernández y encabezada por Cuauhtémoc Blanco, Oswaldo Sánchez, Pavel Pardo, Rafael García, Manuel Sol, Germán Villa y Jesús Arellano, en aquella estupenda generación de futbolistas destacó la figura de Braulio Luna: un joven mediocentro que sorprendió a los especialistas sudamericanos por su ubicación y temperamento en una zona del campo dominada por ellos. Viendo jugar a Luna en Mar del Plata, es inexplicable que no hiciera carrera europea.
La final, jugada con una enorme presión para la Argentina de Ortega, Zanetti, Ayala, Sorin, Cagna, Bassedas, Gallardo, Barros Schelotto y Rambert; dirigidos por Passarella, fue un partido memorable que México perdió en penales. El recuerdo de ese equipo le da empaque al espíritu de cualquier preolímpico.