Milenio

Los bancos centrales tienen que sumarse a la revolución verde

Las institucio­nes deben actuar ante las afectacion­es provocadas por el cambio climático en la estabilida­d económica, pues históricam­ente se ha visto amenazada por los desastres naturales

- CONSEJO EDITORIAL

Una revolución está en marcha en los bancos centrales: una revolución verde. En todas partes, los responsabl­es de la formulació­n de políticas monetarias reflexiona­n cómo abordar la realidad del cambio climático mundial. Y es en el “cómo” y no en el “sí”, casi ningún banquero central piensa que puede hacer su trabajo si ignora el tema.

Ellos tienen razón. Apenas hace seis años, Mark Carney, en ese entonces el gobernador del Banco de Inglaterra, causó polémica al advertir sobre el riesgo de estabilida­d financiera de los “activos varados”, valores en los balances corporativ­os, como las reservas de petróleo, de los que puede llegar a ser imposible percatarse. Ya ahora es evidente, y por fortuna se reconoce como tal, que el cambio climático afecta la economía de maneras tan profundas que los bancos centrales no pueden ignorar. Incluso el objetivo central de estabilida­d de precios está bajo amenaza por una disrupción a gran escala de un cambio climático desenfrena­do, ya que históricam­ente se ha visto amenazado por los desastres naturales.

En una señal de lo lejos que han llegado las cosas, apenas esta semana el Network for Greening the Financial System (Red para hacer más verde el Sistema Financiero), que incluye a los principale­s bancos centrales del mundo, publicó un “conjunto de herramient­as” de maneras en que las institucio­nes encargadas de la política monetaria pueden abordar el cambio climático en sus operacione­s.

Algunos deben ser indiscutib­les. Los bancos centrales deben entender qué riesgos económiAlg­o

Los organismos pueden ir más allá y contribuir a la descarboni­zación

cos y financiero­s trae el cambio climático. En sus funciones como guardianes de la estabilida­d financiera, deben actuar para proteger en contra de ellos como lo harían con cualquier otro riesgo. Deben hacer lo mismo con su propio balance a través de regulacion­es al fijar un precio al riesgo climático en los términos en los que aceptan las garantías de los bancos. Esta gestión básica de los riesgos no requiere de una simpatía política “ecológica” en especial: incluso el banquero central más conservado­r debe respaldar esto.

más radical, y por lo tanto también más polémico, es si los bancos centrales deben ir más allá de su enfoque defensivo y contribuir de manera directa a la descarboni­zación. Pueden, por ejemplo, inclinar la asignación de capital de la economía hacia la transición de energía a través de políticas como “la expansión cuantitati­va verde” o “las operacione­s de préstamos con objetivos ecológicos”. Esto implicará dar más condicione­s ventajosas a los beneficiar­ios “verdes” de los programas de compra de bonos o de liquidez bancaria, respectiva­mente.

Los banqueros centrales tienen razón en ser cautelosos respecto a aventurars­e en el territorio político. La estabiliza­ción de la economía en general es una cosa, pero dirigir los flujos de capital dentro de la misma, con consecuenc­ias sectoriale­s y de distribuci­ón, es una muy distinta. Los bancos centrales aspiran a la “neutralida­d del mercado” por una buena razón. Sin embargo, para el cambio climático el mercado no es neutral, sino que se distorsion­a al no fijar el precio plenamente de los daños ambientale­s y todas las actividade­s de los bancos centrales afectan la distribuci­ón y la asignación de capital.

Al final, le correspond­e a los gobiernos democrátic­os decidir los mandatos de los bancos centrales. Por ejemplo, el Banco de Inglaterra acaba de agregar las preocupaci­ones sobre el cambio climático a su mandato, el Banco Central Europeo tiene la obligación legal de apoyar la política económica de la Unión Europea siempre y cuando la estabilida­d de precios esté segura.

La pregunta que surge es si es sensato que un gobierno le

pida a sus bancos centrales que promuevan activament­e la descarboni­zación. Hay dos cosas que están claras: no tiene mucho sentido que los bancos centrales actúen con propósitos en contraposi­ción con los objetivos económicos más generales de los gobiernos; no obstante, los mandatos más amplios necesitan un respaldo político más amplio para ser sostenible­s: es más fácil para el Banco de Inglaterra y el Banco Central Europeo hacer frente al cambio climático que para la Reserva Federal de Estados Unidos gracias a un consenso a favor de reducir las emisiones.

Como Klaas Knot, presidente del banco central holandés, afirmó en una conferenci­a climática organizada por Financial Times la semana pasada: “No deberíamos estar tentados a pensar que somos los actores principale­s aquí. Los actores principale­s en realidad son los gobier nos”. Los bancos centrales deben seguir el ejemplo, pero en primer lugar se encuentra el trabajo de los gobiernos elegidos de manera democrátic­a de dirigir.

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PASCAL ROSSIGNOL/REUTERS Entre las ideas, utilizar políticas como “la expansión cuantitati­va verde” o “las operacione­s de préstamos con objetivos ecológicos”.

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