Milenio

Hielos para el agua fresca

- EMILIANO PÉREZ CRUZ*

Al grito mágico de “¡El hielo, el hielo, llegó el hielo !”, los chiquillo s que vagaban por el llano ala caza de mariposas y lagartijas se congregaba­n alrededor del camión de la compañía cervecera; los macheteros llenaban gruesas cubetas de lámina con los pequeños cilindros huecos de agua congelada, y llenaban los refrigerad­ores donde la cerveza se enfriaba.

Los más cogían el hielo y se deleitaban, chupándolo antes que se derritiera en sus mugrientas manos, convertido en líquido oscuro que escurría por sus brazos hasta los codos, renegridos por la mugre y el sol. Con cacerolas y pocillos, los chamacos corrían a sus casas para que la madres prepararan agua de limón y agregarán el hielo con el que refrescarí­an su tarde de jolgorio, rondas infantiles yfutbollla­n ero.—Con cuidado, no se pongan detrás del camión porque esos choferes son bien atrabancad­os. Y no se tarden o ya verán cómo nos arreglamos —reconvenía­n las señoras a grito pelón, amenazante­s.

Del patio donde el dulcero her vía en un enorme cazo de cobre la melaza que convertirí­a en variedad de dulces, salieron las tres chiquilla s des uhija,m adre soltera que ay u dándole mantenía al producto de su requiebros amor osos.

Aquella tarde de viernes el camión de hielo llegó más tarde quede costumbre y los macheteros se apresuraro­n a cumplir los pedidos para retirarse y encerrar la unidad en la bodega ubicada en la cercana colonia Agrícola Pan titlán.

Cogían las enormes palas, abrillanta­das por el continuo roce con los hielos, y atestaban las cubetas hasta derramarla­s ante la codiciosa mirada de la chiquillad­a que estiraba las manos y a cambio recibía un soberbio manazo que las enrojecía y dejaba palpitante­s: —¡Chamacoenc­ajoso:pidayseled­ará,peronorobe!Asíempieza­n y luego están en la cárcel chillando…

Mientras los refrigerad­ores quedaban colmados con los pequeños cilindros, el chofer y el dulcero platicaban de cualquier cosa mientras la chiquillad­a se arrastraba debajo del camión para recoger las piezas que caían de las cubetas.

Unadelasni­etasdeldul­cerollenab­asucacerol­a,llevaba los hielos a casa y volvía por más; los macheteros embrocaron­lascubetas­ypacientes­aguardaron­aquelaconv­ersación concluyera y se fueran al siguiente estanquill­o para concluir su labor antes que el sol se ocultara.

—Ya nos han asaltado los de la banda del Coyote, señito—contabanaq­uienquisie­raescuchar­los—,ysongenteq­ueandaarma­da:paraquéexp­onernos…Alosrepart­idores de refresco ya les tocó varias veces, y son de esta coloña los bandoleros…

Uno de los macheteros golpeó con su manaza sobre la puerta del conductor, señal de que habían concluido el entrego, y el chofer puso el camión en marcha. pero enseguida se detuvo; frenó tras escuchar el grito de horror de una mujer que gritaba:

—¡M’hija, m’hija,yaletronch­astelacabe­zaam’hija—y alrededor del camión los chiquillos guardaron silencio sin poder apartar la vista del pequeño cuerpo que se convulsion­abayluegod­ejódehacer­lo,ysoloreinó­enelsilenc­io el grito de la madre: —¡M’hija, m’hija, ya le tronchaste la cabeza a m’hija…!

* ESCRITOR. CRONISTA DE NEZA

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