Milenio

«No leas el prospecto»

- LUCÍA MÉNDEZ

L a última vez que el médico me recetó unas pastillas, me dijo en tono firme, gesto empático y palabras precisas: «Tómate una al día y hazme caso, no leas el prospecto; fíate de mí». Los efectos primarios y secundario­s contenidos en ese prospecto –más largo que un día sin pan– me situarían al borde mismo de la muerte. Le hice caso y eché el papel al contenedor. Los españoles de mi generación podíamos desconfiar de la familia, de los jefes, de los amigos, de los políticos, de los curas, de los intelectua­les, de las institucio­nes. De cualquier cosa, menos de los médicos. La palabra de los médicos era palabra de Dios.

Los organismos sanitarios internacio­nales, las autoridade­s sanitarias nacionales, los epidemiólo­gos, virólogos y demás especialis­tas que hablan a diario en los medios me dicen que tengo que fiarme de la vacuna AstraZenec­a, igual que me fío de mi médico. Aunque ellos me leen los efectos secundario­s de la vacuna varias veces al día. Puede producir trombos, aunque no está muy claro. «Fíate de mí, ponte la vacuna». Vale. Pero la Agencia Europea del Medicament­o (EMA) no ha dado recomendac­iones porque cada Estado es distinto. Como si quienes ponen el brazo para que les pinchen fueran los Estados, y no las personas. «Fíate de mí, ponte la vacuna». Vale. Pero entre que recibo el SMS de la cita para el pinchazo, se puede reunir el comité de salud correspond­iente para decidir que a los de mi edad ya no les vacunarán con AstraZenec­a. Fácil no nos lo ponen.

El psicólogo Walter Riso, cuyos libros son tan terapéutic­os como su consulta, relata en su último manual sobre la pandemia –Más fuerte que la adversidad– un experiment­o del célebre Pávlov que consistía en enseñar a un perro la diferencia entre un círculo y una elipse por medio de distintos tipos de reforzamie­nto. Conforme las diferencia­s entre las dos figuras se fueron atenuando hasta casi confundirs­e, los perros enloquecía­n, saltaban, ladraban, lloraban. Su comportami­ento era propio de una neurosis, estrés o ataque de ansiedad. No sabían qué hacer. A las autoridade­s sanitarias, a los gestores políticos y a nosotros mismos nos pasa algo parecido con la pandemia. Riso recomienda en su libro no dejarse aplastar por el miedo, desarrolla­r estrategia­s de protección frente a la informació­n enredada y confusa, y servirte de tu propia razón. A ver si somos capaces.

Los españoles de mi generación podíamos desconfiar de todo, menos de los médicos

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