Delgado amenaza de la mano de su apadrinado
Que un sujeto impresentable —pendenciero, vulgar y, por si fuera poco, violador de varias mujeres, unas víctimas a las que la justicia de este país ignora con singular bajeza más allá de que sus acusaciones necesiten ser validadas en un sumario para que el individuo de marras deje de ser un simple sospechoso y que le caiga encima, ahí sí, todo el peso de la ley—, que un sujeto impresentable, repito, se comporte como un rufián de barriada resulta, si lo piensas, parcialmente descifrable aunque, desde luego, nada digerible (lo que ya no se descifra ni se comprende ni se explica ni se digiere es la extrañísima aceptación que encuentra, a estas alturas todavía, entre sus paisanos guerrerenses).
Pues miren, mucho menos entendible aún es que el tal Delgado, dirigente de un partido político, le haga segunda voz al otro y que, como una pareja de salteadores, se personen ambos fuera del organismo que lleva ejemplarmente las elecciones en México para lanzar acusaciones sin fundamento, para soltar bravatas y, desconociendo por sus pistolas la legalidad vigente, para amenazar con la aniquilación de un ente público independiente.
¿En qué mundo creen que viven, oigan? O, más bien ¿cómo es que el mandamás de una agrupación política que llegó al poder precisamente por haberse beneficiado de los mecanismos que garantiza nuestra democracia se arroga la faculta de cuestionar –cuando a uno de sus apadrinados le toca una sanción por no haber cumplido con los requisitos exigidos y las reglas estipuladas en un proceso refrendado por todos los participantes— a los encargados de hacer valer las ordenanzas? ¿Las normas aceptadas, y cumplidas, por todos los demás aspirantes no cuentan entonces para el rijoso candidato y su dócil valedor? ¿Los estatutos son para infringirse arbitrariamente bajo amenaza, en el caso de que le sea aplicada la sanción correspondiente al transgresor, de que no tengan lugar las elecciones en un estado libre y soberano de nuestra Federación? ¿En qué momento se rompió todo, en el país en que vivimos, para que ocurra algo tan desaforadamente escandaloso?
Lorepito:deltoscoabusadorpodíamosesperarlotodo.Todo lomalo,estoes.Pero¿delotrotambién?¡Quévergüenza!
Del tosco abusador podíamos esperarlo todo. Todo lo malo, esto es. Pero ¿del otro también?