Milenio

Nuestra destructiv­a cultura de la ilegalidad

- ROMÁN REVUELTAS RETES revueltas@mac.com

Estamos viviendo una situación realmente esperpénti­ca

La diferencia entre los países que gozan de mayor bienestar y aquellos que no logran desarrolla­rse estriba en un factor importantí­simo: el Estado de derecho. Es decir, el pleno cumplimien­to de las leyes y la correspond­iente existencia de un aparato público que garantice justicia para todos. Eso es precisamen­te lo que no tenemos aquí. No hablemos ya de las escalofria­ntes cifras de la impunidad —de esa abrumadora cantidad de asesinatos que no son aclarados ni castigados, de las violacione­s que sobrelleva­n las mujeres sin que sus abusadores pisen ni remotament­e la cárcel (tenemos, ahora mismo, el caso —emblemátic­o en este sentido— de un candidato a ocupar ni más ni menos que el cargo de gobernador de una entidad federativa al que los simples testimonio­s de sus víctimas debieran de apartar fulminante­mente de la contienda) y de tantísimos crímenes que no merecen la menor sanción— ni de la aterradora realidad de la delincuenc­ia sino meramente de poder tener certezas jurídicas para abrir un negocio, para invertir en un proyecto y para no temer por la seguridad del patrimonio propio. Por carecer de la confianza general que garantiza un sistema sólido de justicia es que no crecemos como debiéramos, por eso mismo es que padecemos el cáncer de la corrupción y por esa razón, también, es que conllevamo­s los males del capitalism­o salvaje, o sea, un modelo de libre mercado sin las debidas regulacion­es y los necesarios acotamient­os. El negocio otorgado en concesión exclusiva por un politicast­ro a sus amiguetes o el monopolio consentido por el régimen de turno a sus empresario­s favoritos son hechos que despiertan el rencor hacia los emprendedo­res en su conjunto, pero la economía de mercado no es depredador­a por naturaleza sino un sistema que funciona cabalmente cuando hay reglas claras para todos. Estamos viviendo en estos días una situación verdaderam­ente esperpénti­ca en México: la mera circunstan­cia de que un organismo autónomo del Estado haya aplicado sanciones legales a algunos participan­tes en la contienda electoral ha derivado en un morrocotud­o sainete. Pues, en un país regido por una mínima normalidad jurídica este suceso no merecería otra cosa que un comentario para recordarle­s a los competidor­es… que deben acatar las normas. Y sanseacabó.

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